¡Disfruta mucho más de ti!

Helena di Napoli

En la vida si quieres que algo perdure en el tiempo, cuídalo y deja que el resto fluya.
¿Fluir? Muchas veces lo que importa no es que algo fluya, si no en dónde va a desembocar, pero… ¿Qué os voy a decir yo que os vendo la moto de una alta prosa y capacidad dialéctica cada vez que puedo?
Ahora os podría contar una bonita introducción en la que mi ego saldría presto como corcel desbocado hacia la zona en la que sólo se encuentran los dioses, pero como me encanta hacerme el interesante omitiré esta parte y tú y yo nos quedaremos sin ver a ese precioso caballo (blanco, por cierto).

Me aburre a la vez que me enfada contaros que era otra chica rubia, me abruma tener que repetir la palabra ‘otra’ en ‘otro’ relato, suena a una más, sin cualidad y calidad de especial. Es rubia, muy rubia, tiene los ojos verdes, es pseudo italiana, y la conocí en mi añorada Madrid. Pero antes de todo esto, dejad que os ponga en situación, dejad que os cuente cómo me decidí a actuar, o como mínimo, cómo me han ido empujando poco a poco a ello.

Una tras otra…

-¿Si con Jara te funcionó lo de follarte a una tras otra para olvidarla por qué no lo vuelves a repetir?

– Ahora eres ese chico que todas sabemos que es muy interesante, pero que ninguna tendría nada con él por lo perdido que te vemos.
– ¿A parte de ir tanto al gimnasio por qué no tratas de conocer a alguien para evadirte?
– Todo el mundo cambia, pero tú no lo has hecho, lo que pasa es que crees que si te acuestas con alguien jamás la recuperarás, déjalo estar.
Me abrieron los ojos, no era la primera persona que me decía que tenía que volver, ni la segunda, ni la décima… ¿Dónde había ido y para qué? Está muy bien tomarse tiempo con uno mismo, y quizá las soluciones que me han planteado en estos últimos meses matarían toda mente un poco moralista, pero… ¿Qué más da? No tengo que justificarme ante nada, creo que me había olvidado por completo de esa sensación.
No tengo a nadie esperando en casa para preguntarme qué he hecho, no tengo a alguien con quien justificarme, en resumen, no tengo a nadie.
Es hora de que os hable más sobre la protagonista de este relato, es hora de que os hable de la gran Helena di Napoli.
La ventaja de escribir este relato, es que ella no sabe que escribo, no sabe de la existencia de Hero Mermelada ni de todo lo que eso conlleva, quizá por eso todo haya salido tan bien, el sexo no tenía que superar a mi escritura.
La conocí hace más de 5 años en Madrid, y siendo todo lo objetivo que un sujeto me permite, podría decir que es la chica más mona con la que me he acostado, porque ese es el adjetivo que mejor le pega, es muy mona. Podría pasar por una chica Tumblr de esas por las que cualquier hombre se cortaría medio brazo con tal de sentir el roce de su piel.
Rubia, arito en la nariz, alta, me promete unas vacaciones… ¿Cómo iba a decir que no? Bueno, en realidad ya le había dicho que no, pero tanta gente insistiendo a mi alrededor para que volviese mi pasado, para que volviese Hero, al final tuve que lanzarme. (Habéis creado un monstruo, que lo sepáis).
Critiqué mucho a mi ex por ser tan manipulable, por hacer caso a los demás, quizá tendría que aprender algo de ella y prestar más atención  a los que hay a mi alrededor, supongo que alguna vez sí que ayudan, ¿no?
Llevábamos unos días con un tiempo perfecto de sol y calor, cruzaba los dedos para que se mantuviese durante unos días más, sólo que a unos 2.000 kmde donde yo me encontraba actualmente.
Curiosamente iba a ver a Helena, y digo curiosamente porque su nombre significa “luz en la oscuridad”. Eso era lo que necesitaba, algo de luz en esta época tan oscura en mi vida.
Pensé que en el día del viaje estaría nervioso, pero estaba extrañamente tranquilo y sereno, como si todo me diese igual, como si no me importase lo que pudiera pasar. El trayecto en avión se me hizo largo, supongo que el hecho de quedarme sin Internet en el móvil ayudaba a que el aburrimiento y la impaciencia se empezasen a manifestar y a latir en mí.
Aproveché el viaje para pensar, eso que hacemos los hombres a veces, y sólo a veces. Quizá por eso no damos tantos problemas, pero cuando los damos, los damos de verdad. ¿Qué esperaba realmente con esta visita? Supongo que ni yo mismo lo sabía, simplemente me estaba dejando llevar por alguien que conocí hace unos años y me demostró virtudes que se encuentran en pocas personas, y si encima está más buena que antes, mejor aún, que para algo pienso con el pene.
Llegué.
Hacía un tiempo estupendo, el sol brillaba en lo más alto y no había rastro de ninguna nube, el día sería nuestro.
Tras quince largos minutos esperando mi única maleta, por fin salí por la puerta y mis ojos se pusieron a buscarla por toda la sala, la vi y estaba rubia, muy rubia.
Llevaba unos shorts vaqueros lo suficientemente largos para taparle su apetecible culo, y lo suficientemente cortos para mostrar sus morenas y largas piernas, en la parte de arriba llevaba una camiseta de lo más normal, y el pelo recogido en una trenza que le caía sobre un pecho.
– Te recordaba más pija, le dije mientras me acercaba a ella.
– ¿Acabas de llegar y ya me estás criticando? Me dijo entre risas.
– ¿Qué tal Helena? Le dije mientras nos dábamos un abrazo y nos quedábamos a escasos centímetros el uno del otro.
– ¿Qué tal yo? ¡Qué tal tú bicho raro!
– ¿No me ves? Estoy perfecto.
– No has cambiado nada, dijo entre risas.
– Creo que es el mejor piropo en seis meses.
– Te lo hubiesen dicho antes si te juntases con la gente correcta.
– ¿Vamos? Le dije indicando que nos moviésemos ya de allí.
– ¡Vamos! ¿Dónde quieres ir primero?
– Soy todo tuyo, tú decides.
– ¡Qué presión! Vale, entonces comemos fuera y después llevamos tu maleta a casa, que vivo en el centro.
– ¡Qué bien se porta papi! Le dije mientras le guiñaba un ojo y le agarraba de la cintura mientras caminábamos juntos de camino a su coche.
– Soy su única hija, si no me quiere él, a ver qué hombre me va a querer.
– Pobre, que no la quieren, le dije mientras le puse morritos.
– ¡Capullo! Pues no, no me quieren, dijo entre risas.
– Los asustas, estás demasiado buena y tu acento canario los espanta.
– ¡Qué manía con mi acento canario! Eres el único que me dice eso. ¡Soy madrileña e italiana! Dijo mientras me pegaba golpes en el brazo.
– Yo diciéndote que estás buena y tú te quedas con lo del acento canario. ¡Bicho raro! Le dije mientras le sacaba la lengua.
– Porque eso sí que me lo dicen más a menudo, lo de mi acento no, me respondió sacándome la lengua y haciéndome burla.

– No me acordaba que tú eras de esas que tenía respuestas para todo, tendré que esforzarme más.
– Soy tú, pero con el pelo largo.
– Bueno, y con mejores piernas.
– Pero peor culo, ¿a quién te has comido?
– No quieras saberlo, le respondí guiñándole un ojo.
– Estás buenorro, muy buenorro.
– Calla, superficial.
– Es verdad, estás fuerte y todo.
– Claro, me he entrenado para poder levantarte.
– Demuéstralo, dijo mientras se paraba delante de mí para que la levantase.

Solté la maleta, le agarré de la cintura con ambas manos y la levanté, aprovechando ella para entrelazar sus piernas a mi cintura.
Nuestras miradas se cruzaron, nuestras bocas estaban a escasos centímetros la una de la otra, y pasó lo que tenía que pasar. Ambos nos fuimos acercando poco a poco, hasta que nuestros labios se juntaron y empezaron a jugar. Mi lengua entro en su boca, tímida, esperando notar el dulce tacto de la suya, y disfrutando su sabor a fresa de algún caramelo que se había comido antes.
No estuvimos mucho tiempo así, pero a mí se me hizo largo, aunque no en el mal sentido, me dio la sensación de que nos pasamos media hora comiéndonos la boca.

– Al menos no has cambiado en el tema de los besos, me dijo mientras se bajaba de mí y ponía ambas manos en mi pecho y me acariciaba con sus dedos.

– Porque en esto no puedo mejorar.
– Capullo, eso es lo que eres, un capullo.
– Me refiero a que no puedo mejorar, porque es imposible saborear una boca mejor que la tuya, le dije intentando contener la risa.
– Me quieres engañar y encima te descojonas, te odio.
– Si me odias no te beso más, le dije poniéndole morritos.
– ¡Pues no seas tan malo conmigo!
– ¡Pero si te encanta! Le dije mientras le agarraba de la cintura.
– Esto es rarísimo, me dijo en tono serio.
– ¿El qué?
– Esto, lo que hacemos, me dijo aún seria.
– ¿A qué te refieres? Pregunté extrañado.
– Pues a ver Hero, no nos hemos visto en más de tres o cuatro años, hemos hablado únicamente por WhatsApp, vienes aquí, y parece como si no hubiese pasado el tiempo, es raro.(obviamente ella no me llamaba así, pero aún es pronto para desvelar mi nombre)
– No critiques lo que es bueno.
– Critico lo que es peligroso.
– No empecemos, Helena.
– Lo intentaré, lo prometo, me dijo.
– Mira el día que hace, he venido a verte, vamos a pasar unos días juntos, disfrutemos de ello como siempre hemos hecho, nunca nos ha costado, déjate llevar.
– Nunca voy a entender cómo te dejó tu ex, me dijo.
– Déjalo estar, bastante hemos hablado ya de ello, yo no he sido tan listo como pensé que era.
– ¿Te gusta mi coche? Me dijo mientras señalaba un mini rojo.
– Lo que yo te diga, papi te quiere.
– Idiota, este me lo he comprado yo.

– No sé si entraremos todos en él.
– ¿Cómo? Preguntó extrañada.
– Tú, yo y mi ego.
– Tu ego déjamelo a mí, que siempre se me ha dado bien lidiar con él, me dijo.

El viaje en coche al centro transcurrió sin más, ella parecía más animada y yo intentaba hacerle reír constantemente, no quería que se rayase por cosas por las que nunca se había rayado, ella también se encontraba en una situación emocional algo rara, por lo que ambos éramos peligrosos el uno para el otro.
Las conversaciones con ella romperían los cimientos hasta del miembro más duro de la UIP, eran capaces de transpasarme hasta a mí.

Por fin llegamos, aparcamos y nos dirigimos al restaurante que había elegido, justo al lado del mar y con una vista por la que estoy seguro íbamos a pagar más tarde.
Al entrar por la terraza un camarero le dijo algo que no entendí, después otro nos indicó la que sería nuestra mesa.

– ¿Qué te ha dicho?
– Que hacemos muy buena pareja.
– Le has pagado para que lo diga, seguro.
– No, pero vengo aquí casi todos los días con mis compañeras de trabajo y eres el primer chico que traigo.
– Qué peligro tienes, Helenita.
– Si te he dicho que eres el primero que traigo, ¿qué peligro voy a tener?

– ¿Pedimos vino?

– ¿Ya quieres emborracharme?
– ¿Es necesario que lo haga?
– No.

Tras unos minutos llegó el camarero con un vino blanco elegido por ella.

– ¿Un brindis?
– Vale, ¡por nosotros!

– ¡Y por las personas que no son unas hijas de puta! Añadí.
– ¡… y por las personas que no son unas hijas de puta!

Ambos nos reímos mientras brindábamos.

– Aún la quieres, ¿verdad? Me preguntó seria.
– Me gustaría pensar que sí, porque cuando pienso que ya la he olvidado me da pena que todo lo bueno se olvide tan rápido.
– Eso no es una respuesta.
– No es como con Jara que la querré siempre, es distinto, no siento amor por ella ya.
– ¿Y qué sientes? Me preguntó expectante.
– Pues aunque te suene mal, sólo siento pena.
– Aún le guardas rencor, me dijo.
– El rencor es parte del odio, y el odio es un sentimiento. No le tengo indiferencia porque ha sido parte de mí, pero ya la he llorado todo lo que tenía que llorarla.
– ¿Metafóricamente? Preguntó extrañada.
– ¿Quieres que te diga que he llorado? ¡Qué soy muy macho, Helena! Le dije mientras me reía intentando cambiar de tema.
– Todos lloramos alguna vez, no es algo malo, me dijo.
– Tampoco es bueno, respondí.
– Puedes llorar de alegría.

– Estoy seguro de que la mayoría de nosotros aceptaría el trato de no llorar jamás, aunque eso implicase no volver a llorar de alegría…
– Yo no lo haría, me dijo casi sin darme tiempo a terminar mi frase.
– Porque tú eres una romántica de las que no quedan, que piensa que un buen momento quita uno malo.
– No creo que eso sea así, un buen momento lo es y punto, no se resta, ni se suma con los malos momentos.
– Se ha quedado buen día, ¿eh? Le dije guiñándole un ojo.
– Imbécil, dijo mientras se reía.
– ¿Por qué has venido? Me preguntó.
– Porque una rubia de cuerpo apetecible y de mente follable me ha comprado los billetes, le dije mientras le sonreía y le acariciaba la mano.
– Hablo en serio, después si quieres no te vuelvo a sacar ningún tema que te haga daño, pero respóndeme.
– No me hace daño ningún tema, no te preocupes… No sé, supongo que he venido porque ya estaba preparado para estar con alguien más.
– ¿Y por qué yo? No creo que te falten mujeres.
– Tampoco te faltan a ti hombres y prefieres pagarle el billete a un tío que hace años que no ves y que está en España con el corazón partío’, le dije mientras le hacía burla.
– Mis razones ya las sabes, pero yo las tuyas no, me dijo.
– He venido para tener unas vacaciones con alguien que es más inteligente que guapa, para follarte y hacerte recordar nuestras noches en Madrid entre orgasmos. He venido para volver a escuchar tus gritos y para volver a sentir esa sensación de quedarme sin palabras cuando tengo una conversación con alguien, he venido por tu cuerpo y por tu mente. ¿Te vale?
– No está mal, aunque antes lo hubieses hecho mejor, me dijo sacándome la lengua.
– Aún lo puedo mejorar, le dije mientras colocaba mi silla a su lado y me acercaba a besarla.

Coloqué mi mano en su cara y le empecé a besar lentamente, jugando con mi lengua y con mis labios, saboreando cada rincón de su boca.

– ¿Ves?
– ¿Aún te funciona esto?
– No lo sé, es la primera vez que lo hago en mucho tiempo, le dije.
– ¿Te funcionaba con ella?
– Ya basta, me puse serio.
– Era una pregunta sin más, me dijo restándole importancia.
– No veo necesario que me saques a mi ex mientras te estoy metiendo la lengua, porque como lo hagas mientras te estoy follando te juro que te mato.
– Mira el lado bueno, quizá así duras más y todo.
– Seguro, dije forzando la risa para terminar la conversación.

El resto de la comida pasó sin más, nos comimos la pizza y fuimos al coche, ya directos a su casa.
Hacía años ya había estado en Nápoles, en una visita guiada por todo Italia en la que el destino principal era Pompeya. No guardo un buen recuerdo de aquel Nápoles, dio la casualidad de que estaban en huelga de basuras y no era muy agradable caminar por aquella ciudad infectada de mierda, pero mi percepción de Nápoles iba a cambiar.
– Hace mucho que no follo, me dijo mientras subíamos las escaleras para entrar en su casa.
– Eso nunca se olvida, es como montar en bici, o eso dicen.
– Créeme que a mí me ha dado tiempo para que se me olvide.
– Tenemos unos días para recordarlo, no te preocupes.
– Te tengo muchas ganas, me dijo.
– Y yo a ti.
– Te lo digo de verdad, estoy mojada desde el aeropuerto.
– Deja de intentar ponerme cachondo, le dije mientras me contenía por lanzarme a su boca.

Por fin abrió la puerta de su apartamento y el interior no me defraudó, era tal y como me esperaba.

– ¿Te gusta?
– Me gustas más tú, le dije.

Se rió.

– Deberías soltarte el pelo, le dije.
– Pensé que te gustaría la coleta.
– Para.

– ¿Qué he hecho? Preguntó.
– Estás volviendo a la Helenacomplaciente, tendrías que haber dicho que te apetecía una coleta hoy y ya está.
– Contigo bajo mis defensas, me dijo.
– ¿Y también te bajas los shorts? Le pregunté mientras me acercaba a ella y le agarraba de la cintura.
– No, eso me los tienes que bajar tú, respondió mientras se mordía y lamía el labio.

Quedamos nuestras miradas fijas en el otro por varios segundos, como recordando la de noches que habíamos pasado juntos en la capital, lo que usamos nuestros cuerpos y nuestras mentes en aquella época para placer del otro.
Fue ella la que se lanzó a mi boca y lo que antes eran besos tiernos y suaves ahora eran besos rápidos y calientes, con mordiscos de por medio.
Puse mis manos sobre su culo y se lo estrujé mientras no parábamos de comernos la boca. Yo iba empujándola poco a poco, hasta que di con su culo en una pared, entonces empecé a apretarme a ella poco a poco, ella abrió sus piernas y se subió a mí, mientras su lengua jugaba con la mía.

– Vamos a mi habitación, es esa, me dijo señalando la dirección.

La llevaba en brazos mientras nos besábamos, no pesaba nada, era una maravilla poder hacer eso con una mujer, supongo que el gimnasio me ayudaba.
La tumbé sobre la cama y le quité las zapatillas, aprovechando que estaba ahí abajo empecé a mordisquearle los tobillos, mientras mi boca subía por sus largas piernas.

– Cómemelo, me dijo.
– ¡Qué directa! ¿No quieres be…?
– Estoy muy cachonda, fóllame ya, me dijo sin dejarme terminar la frase.

Le desabroché los shorts y se los quité a tirones, mientras ella se quitaba la parte de arriba y después de eso se quitaba el sujetador.

Aproveché para desnudarme y quedarme en bóxers, mientras ella me miraba mordiéndose el labio y con una mano frotándose el coño a través del tanga.

Empecé mordiéndole los tobillos, pasando por sus gemelos, subiendo por el interior de sus muslos y pasé a hacer el mismo recorrido en la otra pierna.

– Date la vuelta, le dije.

Ella se giró en la cama y ahí es donde pude apreciar su perfecto culo redondo, respingón y duro. Con todo el tiempo que llevaba sin follar no sé cómo no le quité el tanga a tirones, le puse a cuatro patas y se la metí hasta correrme, era una delicia para la vista.
Me quité los bóxers y me puse sobre ella, colocando mi polla entre sus nalgas y rozándola mientras le besaba la espalda, los hombros, el cuello… Le daba pequeños mordiscos en el cuello que provocaban que ella moviera la cabeza como acto reflejo.
Aproveché para quitarle el sujetador por detrás, a lo que ella aprovechó para quitárselo por la cabeza y quedar así sólo con el tanga, ese tanga que le hacía el culo tan jodidamente perfecto y por el cual tenía que controlarme.
Mientras me apretaba a ella y no paraba de rozar mi polla despacio entre sus nalgas, me puse a besarle el cuello y me acerqué a sus labios para besarle desde atrás. En un movimiento fugaz ella se dio la vuelta, por lo que acabé yo encima de ella, entre sus piernas, comiéndonos la boca sin parar y esta vez con mi polla rozándose entre sus muslos.
Pasé a comerle el cuello, a hacerle gemir de la forma tan agresiva que se lo comía. Después baje a sus tetas, lamiéndole los pezones y mordisqueando por aquí y por allá, estrujándolas, acariciándolas, mordiéndolas…

Fui bajando más, dando tiernos besos según bajaba por su cuerpo, según bajaba por sus caderas con cuidado para no provocarle cosquillas, sólo placer. Seguí mi camino de besos lentamente, turnando mi vista de vez en cuando a sus ojos para comprobar que iba bien y para crear en ella la impaciencia de pensar cuando tendría mi cabeza entre sus piernas.
Le bajé el tanga poco a poco, como si no tuviera prisa por ver lo que escondía, cuando en realidad me estaba muriendo de ganas de comérmelo, de follármelo.
Empecé a lamer y morder el interior de sus muslos y ella no paraba de moverse al notar mi respiración sobre su coño, que estaba calado y listo para la guerra. Pasaba de un muslo a otro, lamiendo y mordiendo, ella al moverse de vez en cuando hacía que con mi nariz rozase su coño, a lo que soltaba un suave gemido. Estaba deseando notarme, estaba deseando sentirme totalmente.

Puse mi cabeza justo entre sus piernas y la miré, se estaba mordiendo el labio y me miraba con cara de «¡Hazlo ya!». Pasé mi lengua despacio entre los labios de su coño, mojándolo más aún, ella acompañó el movimiento de mi lengua con un gemido.
Me dejé de tonterías y con cada una de mis manos le agarré una de sus piernas para que no se moviera. Acto seguido me lancé a comerle el coño sin piedad, sin cosas lentas. Sus gemidos empezaron a subir de volumen mientras mi lengua jugaba con su clítoris, pero subieron aún más su nivel cuando le empecé a penetrar con dos dedos a toda velocidad mientras no paraba de comérselo y de mojarme toda la barbilla con ella.
Paré de comérselo y empecé a recorrer de nuevo su cuerpo con mi boca mientras subía a besarle, tuve que pasar mi mano por mi boca para secarme un poco, me había dejado calado. Mis labios encontraron los suyos, nuestras lenguas se gustaban, nuestros sabores se mezclaban y mi polla se estaba rozando en su coño, mojándose con él.

En un movimiento que no pude apreciar de su mano me agarró la polla y se la colocó, yo no paraba de moverla para rozarme y dio la casualidad que fue colocársela y yo metérsela sin darme cuenta, solté un gruñido de placer nada más noté su coño abrazando mi polla y me quedé ahí dentro un rato mientras nos besábamos.

 

5 comentarios en «Helena di Napoli»

  1. A ver cuando terminas el relato me estas matando de curiosidad xD y como simpre tienes un don para escribir y una manera de explicarte que me cautiva sigue asi y !!TERMINALO¡¡¡ jajaja

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