Segundo finalista

      Una grata sorpresa
Nuestras miradas se cruzaron, sobraban las palabras, el alcohol manejaba nuestros pensamientos y se adueñaba de nuestros deseos más profundos. Habían pasado dos meses desde aquella última conversación entre risas y tonteos y yo sabía que había llegado la hora.
– Hola -le dije- estás bastante guapo con corbata, ¿lo sabías?, me encantaría ser yo quien te la desatase… – todo esto lo iba murmurando sutilmente cerca de su oído, con esa voz que con solo escucharla provocaba que cerrase los ojos, aproveché el tumulto de la gente para acercarme más a él y que por su cuello recorriese un escalofrío.
– Hola, – me contestó- si que has venido guapa, no me esperaba encontrarte aquí.
Sí, esto es lo que tiene tener amigos en común, que te encuentras al chico que te gusta en el momento y lugar más inesperado. Me alejé un poco de él, quizá para que pudiese observar con detenimiento el bombón que tenía delante, y me dirigí con paso firme pero seguro hacia la barra, con absoluto manejo de mis tacones, donde pedí una copa y estuve hablando con el camarero de una manera muy sexy. Todo esto lo hacía porque sabía que él estaba totalmente atontado, anonadado, desnudándome mentalmente con la mirada (cosa que no era muy difícil dado que yo llevaba uno de esos vestiditos tan ajustados que dejan poco a la imaginación). Me hice la tonta, fui al baño un par de veces y hablé con algunas amigas.
Pasaron un par de horas, las suficientes como para que el deseo al verme bailar así entre la gente y la oscuridad le provocasen la necesidad de acercarse a mí y que fuese él esta vez el que me susurrase al oído. Una vez más yo tenía el manejo de la situación y como por arte de magia, así sucedió. A los pocos minutos me encontré separada de mis amigas hablando sobre temas irrelevantes en un sofacito cutre de aquel bar. A las siguientes copas invitó él aunque yo seguía perfectamente dentro de mí, si él quería lo mismo que yo, el alcohol era solo algo secundario. Una cosa llevó a la otra, la atracción que sentíamos se olía desde la otra punta y las ganas de sexo podían cortarse con tijeras.
– Vamos a jugar a un juego, -propuse- tú te quedas quieto, con la boca semiabierta y yo me pongo a escasos milímetros de tu cara, a ver quién tiene más ganas.
– Trato hecho, -dijo entre risas- pero que sepas que vas a perder.
Así hicimos, él quieto pero mirándome con ganas de un beso y yo ahí, poniéndole esos ojitos que le volvían loco y pareciendo el angelito más inocente de todos. Pasaron unos segundos que se me hicieron eternos y él empezó a rozar suavemente su boca con la mía, con delicadeza, pero notando su aliento. En ese momento estalló nuestro propio bing bang, se dispararon todos los límites, los termómetros reventaron y no hubo índices disponibles para describir con qué fervor empezamos a comernos las bocas, no de una manera sucia y salvaje, sino perfectamente coordinados, yo me emborrachaba más y más con el ron de su lengua, era una mezcla explosiva, el frío del hielo con la lava del deseo que salían por su boca. Entraron nuestras manos a la acción, no he conocido hombre que me haya tocado mejor que aquel, subía lentamente por debajo del vestido, esquivaba ciertas partes, estrujaba de una manera sensual un pecho, luego el otro, para más tarde ir bajando, correr el tanga como si de un arte se tratase para darme el masaje más placentero que podáis imaginar, en ese momento separé mi boca de la suya de una forma sutil, para, sin despegarme de su cara, dirigirme a su cuello y devorarlo cual vampiro que realiza una estrategia perfecta, un plan de ataque, salvaje pero sin rastro, limpio. Cambié mi posición sentándome encima de él, con las piernas abiertas, mientras le desabrochaba el pantalón y rozaba suavemente por fuera su polla, la tenía durísima. Los dos teníamos las mismas ganas, decidí que ya era hora de llevármelo a casa no sin antes de que me admirase un poco más, eché la cabeza hacia atrás con mi enorme melena morena y me hice un coleta mientras él podía leer en mis labios: vámonos a casa. No se lo pensó dos veces, nos montamos en su coche y me llevó, se sabía mi dirección perfectamente, muchas veces habíamos planeado un encuentro que al final por unas o por otras no podía realizarse, pero hoy era el día, era mi momento, nuestro momento y lo íbamos a llevar al límite. El viaje paso lento pero ameno, con música de fondo hablábamos poco porque no hacía falta más, alguna mirada que otra a mis muslos lo dijeron todo. Mientras abría la puerta del portal él me echó a un lado mi larga coleta y me empezó a dar besos por el cuello, era un artista, compaginaba perfectamente dulces mordisquitos con perfectos chupetones de los que te hacen morderte el labio y mojar el tanga. Que lleguemos ya -pensé-.
El ascensor, ese gran amigo o enemigo dependiendo en qué momentos, se comportó como todo un campeón aquel día, me subió sobre la barrita metálica para las manos hasta hacerme estar semi sentada encima de ella, él estaba de pie enfrente de mí, besándome el cuello mientras me desabrochaba el vestido, me bajó los tirantes y me quitó el sujetador, yo tiré su chaqueta al suelo y le arranqué los botones de la camisa, ya me disculparía a la mañana siguiente, aunque no creo que hiciese falta porque pensaba darle el mejor polvo de su vida. Entre jadeos y a oscuras no se cómo conseguí abrir la puerta de mi casa, cómo me gustaba que mis padres se fuesen de viaje esos repentinos fines de semana. Sin más dilación le tiré sobre la cama, y ya de pie y con una ligera luz encendida le dejé ver cómo me desnudaba, me quite el vestido por completo, me bajé suavemente el tanga (enseñándole mi coño perfectamente depilado y hambriento) para más tarde lanzarlo sobre la cama y me solté el pelo mientras me mordía el labio dando a entender que era toda suya, que ahora o nunca, que esa noche iba a ser épica. Sin darle tiempo para reaccionar me lancé sobre él y terminé de desnudarle por completo, entre muerdos y sonrisas pícaras. Le agarré por la nuca y empecé a devorarlo al ritmo que me movía sobre él, al principio sentada para más tarde tumbarme, le estaba comiendo el cuello con sus manos sobre mi culo cuando me dijo: ve bajando. Y eso hice, seguí devorándole, una vez que terminé con el cuello bajé por el pecho, por sus perfectos abdominales, hasta terminar en su polla, él no se contuvo, cerró los ojos y disfrutó al máximo, pero eso solo eran preliminares, me la fui metiendo poco a poco, al principio despacio, apretando suavemente mis labios y besándola para después meterla entera, hasta el fondo, saborearla y hacer círculos sobre ella con mi lengua. Igual que había ido bajando subí, me dio la vuelta, me abrió de piernas y se tumbó sobre mí, me agarró de las manos y me fue chupando las tetas de una manera perfecta, el cuello, la clavícula para acabar en mi boca, y así pensando en lo cachonda que estaba, de repente la noté, por fin, dentro de mí, las primeras veces lo hizo de una manera lenta y suave, metiéndola y sacándola por completo para que la notase en su esplendor, pero yo quería más y mis jadeos se hicieron más fuertes, le volví a susurrar de aquella manera que tanto le gustaba que me volviese completamente loca aquella noche, y así lo hizo. Estuvimos toda la noche ocupados, probando distintas posturas y sabores pero eso ya sería otra historia.
Me despedí de él con un: hasta mañana, lo he pasado bien. Al día siguiente me invitó a un café y de paso, a su piso.

Barco de papel.

4 comentarios en «Segundo finalista»

  1. mucho juego en el bar y luego a la hora de la verdad, solo nos cuentas como le felas y poco más, mucha obsesión por el cuello
    esperaba algo más de la parte del coche y lo del ascensor, a mí me ha sobrado, en fin

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