¡Disfruta mucho más de ti!

Primer finalista

CAMBIOS


   A veces no puedes saber lo que te depara el futuro. Crees que sabes cuál es tu destino, piensas tenerlo todo controlado, intuyes saber quién eres. Pero todo eso puede no ser tan predecible como uno espera. Una persona tiene ciertas metas en la vida, ciertos deseos que le ayudan a levantarse por la mañana, hacen que se acueste con esperanza, que no cuelgue la toalla. Y sin embargo de un día para otro todo puede truncarse, para bien o para mal.

   Yo creía tener mi vida controlada. Estudiaba una bonita carrera, tenía buenos amigos, un trabajo más que decente para mi poco tiempo disponible y cuando era necesario tenía a “amigos con derecho a roce” que me ayudaban a saciarme. No necesitaba novios, ni nada estable, era feliz así. Pero ahora que lo veo desde otra perspectiva me doy cuenta de que tampoco podía echar de menos algo que no había tenido.

   Un día de invierno apareció ella. Se presentó ante mí y me preguntó a ver si había tenido alguna experiencia sexual con otra chica. Una persona a la cual apenas conocía haciéndome ese tipo de preguntas me descolocaba. Mi primera reacción fue de sorpresa. ¿Yo? ¿Una relación lésbica? ¿Por quién me estaba tomando? Gracias a Dios poco a poco ella se fue introduciendo en mi vida, ganándose mi confianza, convirtiéndose en alguien especial.

    Pero tanto yo como ella sabíamos durante todo el tiempo que hablamos, que estuvimos juntas, que disfrutábamos la una de la otra que no solo se trataba de una amistad. No sólo había sido por la forma inicial de dirigirse a mí, si no que poco a poco empecé a desinhibirme, a hablar con ella de sexo como lo que es, un tema normal que debería carecer de tabúes. Le contaba todos mis escarceos y ella a mí sus aventuras puntuales. Y sin embargo por mi parte no había celos de ningún tipo. Era como si al estar con hombres no pudiera separarse de mí.

   Nunca he dudado de mi sexualidad, y sigo sin hacerlo, pero ella era distinta. Me hacía estar bien, me comprendía, me hacía sentir deseada y me hacía desearla a cada palabra, a cada gesto. A pesar de esto no podía. No podía lanzarme. Quizás fuera el miedo a lo desconocido, al qué dirán, a hacerlo mal, a no saber si me gustaría o no. Pero como decía mi abuela, el que no arriesga no gana.

    Realmente no sé como empezó todo. El alcohol no me deja precisar exactamente si lo acordamos mutuamente hablando por una especie de lenguaje de gestos o si surgió. El caso es que una noche, después de tomar unas cervezas, acabar en un antro de mala muerte y tontear largo rato nos besamos. Fue especial. Saltaban chispas. Creo que después de tanto tiempo aguantando algo que en realidad era inevitable lo único que había hecho era hacerlo todo mucho más intenso a la hora de la verdad.

    Cuando acercó sus labios a los míos fue como si se parara todo a nuestro alrededor. Jugó conmigo, se me aproximaba y en el momento justo retrocedía. Notaba su aliento en mis labios, su corazón latir acompasado con el mío a una enorme velocidad, su mano derecha asirme de la nuca atrayéndome hacia ella y su mano izquierda presionando mi culo levemente. De pronto comprendí que debía reaccionar o ella haría conmigo lo que quisiera. La agarré de la cintura, la empujé hacia mí y empecé a besarla.

    Creo que en ese momento algo estalló. El tiempo seguía detenido a nuestro alrededor, parecía que no éramos conscientes de que en realidad estábamos rodeados de gente que nos miraba sorprendidos por tan “bizarra” escena. A medida que subíamos el ritmo, que se caldeaba más el ambiente, notaba como todas las posibles dudas que podía tener se disipaban. Algo así sólo sucede si realmente estás segura de que es lo que quieres. Y yo la quería, claro que la quería. La quería tener entre mis sábanas y no dejar que se escapara hasta pasados años.

    Cuando la situación se hizo insostenible decidimos que lo mejor sería que saliéramos de allí y que buscáramos un sitio más íntimo. Cogimos un taxi hasta su casa y nos dispusimos a entrar. No os miento cuando os digo que un trayecto que de normal se realiza en media hora lo alargamos considerablemente debido a nuestros numerosos impulsos empotradores que nos instaban a detenernos momentáneamente para poder comernos las bocas y tocarnos con un ímpetu cada vez mayor.

    Me veo en la necesidad de hacer un inciso y recalcar que el momento en el que le toque por primera vez sus turgentes pechos fue algo maravilloso. Creo que me voy a masturbar pensando en eso durante mucho tiempo. Duros, firmes, con unos pezones que delataban cuán cachonda le ponía todo esto. Sobra decir que los míos eran igual de chivatos.

    Cuando entramos en su casa y disimuladamente nos adentramos en su habitación se desató la hecatombe. Cuando me empujó contra la cama se inició un proceso de caricias en el cual perdí la noción de mis manos. Realmente no sabía cuáles eran las mías y cuales las suyas. Me tenía aprisionada (ella es algo más grande que yo) y yo no podía hacer otra cosa que apretarla contra mí para poder sentirla lo más posible.

    En el momento en el que atacó mi cuello mis defensas se desbanecieron y no pude hacer otra cosa que dejarla hacer. Me besó el cuello con delicadeza, me mordió el hombro, empujó con la nariz mi collar apartándolo de su camino y empezó a lamerme las tetas. Mientras su lengua hacía círculos sobre uno de mis pezones su dedo pulgar hacía lo propio sobre el otro. Con su mano libre descendió suavemente hacía el interior de mis muslos. Tuve un atisbo de vergüenza al pensar que se daría cuenta de lo inmensamente mojada que estaba. Y ahí mi cerebro reaccionó y decidió comprobar si ella estaba como yo.

    Y bien, llegamos al momento estelar en el que por primera vez introduzco mi mano en el interior de un coño que no es el mío. No sé explicar lo que pensé en ese momento porque es demasiado confuso. Sólo comprendí que mis dudas anteriores no tenían razón de ser. ¿Cómo no iba a saber tocarla, si sabía como tocarme a mí misma? Todo fluía (nunca mejor dicho), realmente no esperaba que todo fuera así. Logró masturbarme incluso mejor de lo que me lo hago yo misma, fue un éxtasis inmenso, todo mi cuerpo se convulsionó, se retorció y me suplicaba que gritara de placer. Y ella conmigo. Pero todo apenas había comenzado.

    El primer orgasmo no había hecho otra cosa que provocarnos más necesidad la una de la otra. Se podía oler el placer. Esa mezcla de sudor, fluidos y olores propios tan perfecta reinaba por toda la habitación como si de un afrodisíaco se tratara. Nunca olvidaré ese olor. Ajenas al clima sexual que se respiraba por el dormitorio  nosotras seguíamos inmersas en la tarea de proporcionarnos placer. Sin ningún preámbulo me asió por debajo del pecho, de situó un poco más arriba, me abrió las piernas y empezó a besarme los muslos, las ingles, respirando encima de mí, alargando el momento hasta que no lo soporté y comencé a suplicar. Ante mis gritos lamió suavemente mi clítoris, despacio, arriba, abajo, sin apenas rozándolo y haciendo que el nivel de mis súplicas aumentase.

    De repente me introdujo un dedo suavemente. Notar como estaba dentro de mí, sabiendo que anteriormente había estado dentro de ella misma era algo que me ponía más que el simple hecho de la penetración. Sentía su dedo entrar, salir, mientras lo acompañaba de su boca, lamiendo cada resquicio, sintiendo como oleadas de placer me llegaban desde lo más profundo pugnando por salir. Aumento el ritmo, sus dedos entraban y salían más y más rápido mientras que succionaba, lamía, mordisqueaba, ensalivaba mi clítoris y toda la zona anexa. Hasta que mi segundo orgasmo apareció como si una inundación sumamente agresiva se tratase. Mi columna se torció, de mi garganta surgió un grito de placer, mis dedos de los pies se encogieron y una ola de fluido anegó su boca. Aquello fue más de lo que pudiera haber esperado. El placer estaba escrito en mis ojos, en cada poro de mi piel, en cada gota de sudor. Ella y sus armas de mujer hacían que no lograra centrar mis pensamientos, que solo pensara ELLA, ELLA, ELLA.

    Así que sin más miramientos me lancé a hacer lo mismo que ella había hecho por mí. Sobra decir que tampoco había comido nunca ningún coño. Pero no fue extraño, ni asqueroso, ni complejo. Saber lo que te proporciona placer a ti misma es algo que ayuda enormemente al producírselo a otra mujer. Así que me puse a la tarea. Mis dedos entraban y salían, mi lengua hacia lo propio, arriba, abajo, dentro, fuera. Realmente me ponía casi tanto hacerlo como “sufrirlo”. Pensar, oír, sentir como estaba disfrutando con eso me hacía disfrutar a mí también.

    Y llegó el momento, llegó su orgasmo, sus gritos, sus gemidos pronunciando mi nombre, sus manos arañando mi espalda, su oleada de placer que esta vez fue mi boca la que inundó. Intensidad pura. La tormenta que precede a la calma. La laxitud posterior fue bellísima. Os puedo asegurar que no hay nada tan perfecto como una mujer después de un orgasmo. Ese rubor en las mejillas, ese respirar desbocado, esas réplicas que hacen que se estremezca. Una preciosidad. Algo que todos deberíais ver alguna vez en la vida. Os lo dice una heterosexual pura y dura a la que una personilla le cambió la vida.

Guernica.

9 comentarios en «Primer finalista»

  1. no sé por qué no me sorprende que haya un lésbico entre los cinco finalistas…
    qué manía os entra con soltar una parrafada con vuestros intereses y deseos más íntimos

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