¡Disfruta mucho más de ti!

El reencuentro

… y aquí me encuentro, autoengañándome, diciéndome cada vez que tengo dudas de lo que siento que aún no te he encontrado, que te tengo que seguir buscando.
Entre aplausos falsos todo es fácil, sonríes sin tener ganas, vuelas sin tener alas. En los buenos momentos todo es eso, aplausos y volar, sabes que nadie te va a dejar caer, sabes que a nadie le interesa que caigas, ya que llevas un avión lleno de pasajeros que no han pagado su pasaje y que sólo se aprovechan de tus dotes como piloto.
Quizá eso es la vida, sonreír ante los aplausos y olvidar mientras hacen sonar sus palmas que la realidad es que son gente interesada que te necesita y a los que les importas una mierda. A veces me gusta complicarme, a veces me gusta complicarte.
Complicado es este relato, porque mientras escribo estas líneas me debato entre escribir sobre la mujer de mi vida, sobre mi mujer del pasado o sobre mi mujer del momento. Toda opción tiene sus pegas.
A la mujer de mi vida ya le he dedicado muchos relatos y no quiero que llore más leyéndome, por mucho que me aporte, llorar si no es de risa jamás será algo positivo.
Escribir sobre mi mujer del pasado es peligroso, muy peligroso… Y aunque me guste el peligro hay que saber cuándo ese peligro puede hacer daño a alguien que no eres tú.
Mi mujer del momento es la única que con seguridad no va a leerme, pero creo que voy a escribir bastante sobre ella y hasta yo necesito un pequeño descanso de su larga melena rubia.

Podría evitar cualquiera de estas opciones escribiendo sobre alguna de esas mujeres a las que gano con mi labia y que ellas me ganan con sus orgasmos, pero de ellas puedo escribir en cualquier momento.

Adivinad vosotros de quién se trata.

Seguíamos hablando, de algún modo no eramos capaces de alejarnos totalmente, no éramos capaces de olvidar lo que una vez tuvimos. Yo me sentía culpable, siempre me he sentido en deuda con ella, y esa deuda es mental, es afectiva, es de esas que no se te pueden borrar jamás. No la traté como me hubiese gustado tratarla, aún no sabía cómo llevar una relación y pese a no haberle sido jamás infiel, alguna vez hubiera preferido que ese hubiera sido mi gran error.
Las discusiones eran constantes, su carácter y el mío chocaban como rompen las olas contra las rocas, con la diferencia de que aquí ambos éramos la roca, inerte ante cualquier sacudida del mar.

Su inteligencia siempre me tendrá enamorado, es difícil encontrar una mujer que ejercite su mente tanto como ella, que no se deje llevar por el contoneo de sus caderas y olvide que lo que realmente enamora es lo que tenemos dentro de la cabeza, no en el interior del escote.

Quería verme y yo huía de ello, no sé si era por miedo o simplemente por la excusa que siempre me pongo para no ser amigo de una ex. ¿Cuál es? Que soy incapaz de bajar un escalón y ser amigo de una mujer de la que he sido mucho más que eso, es como ser titular indiscutible del mejor equipo de fútbol y de repente verte relegado al banquillo para siempre, horrible.

Me sentía bien, quizá era el momento para volverla a ver, para volver a ver sus preciosos ojos verdes y volver a oler esa crema de vainilla que esperaba aún usara.
En la Final de la Champions en Lisboa me rompí la mano, y no pasaría más allá de lo anecdótico si no fuera porque gracias a eso me había dado cuenta de que no sentía dolor, o que como mínimo tenía la sensación de dolor muy alta, cosa que no sabía hasta que no me la rompí y el médico quedase asombrado de que no me doliera.
¿Por qué os cuento esto? Porque fue entonces cuando me paré a pensar que quizá también podría ser fuerte ante el dolor mental, ese que nos mata por dentro y para el que no hay ningún calmante, ese que hace que se nos revuelvan las tripas cuando no estamos en nuestro mejor momento, ese que nos hace mucho más fuertes cuando salimos de él.
Y es que para poder ser fuertes, primero hay que sentir dolor.
Dolor aparte, os hablaré de ella, os hablaré de cómo accedí a volver a vernos y en cómo fue ella la que vino a verme. La verdad es que me merezco lo mal que lo
pasé con mi anterior pareja, porque hasta el último momento he tenido la gran suerte de que todas las mujeres que he amado han dado todo por mí, han apostado todo lo que tenían e incluso lo que no tenían y mi mujer del pasado seguía haciéndolo.

Es complicado, muy complicado, llegar hasta el punto de cómo nos vimos y dónde fue, os lo resumiré en que vino a verme en coche para ir a cenar a Cáceres, donde supuestamente iba ella.
Ansioso esperaba en el portal, esperando a que un coche con una castaña de ojos verdes cruzara la calle y se parase enfrente de mí. Hacía cuatro años que no la veía y tenía una sensación muy extraña recorriéndome el cuerpo, notaba cómo mi corazón quería salirse de mi pecho y cómo mi boca ayudaba a mis pulmones a llenarse de aire de la ansiedad que tenía.
Por suerte para ambos el día era perfecto, pese a estar en un mes en el que el sol debería haber pasado de largo, aún hacía calor, el tiempo estaba loco, aún así ya era prácticamente de noche.

Por fin un coche con una morena cruzó y paró al otro lado de la calle, yo crucé la carretera para dar la vuelta al coche y entrar por la puerta del copiloto, pero ella salió del coche y se interpuso para darme un abrazo. Sonará a tópico, pero el tiempo se paró por un momento para mí, noté otra vez su cuerpo y a cada segundo que pasaba nos abrazábamos con más fuerza.

Llevaba una camisa de cuadros rojos que tapaba una camiseta básica blanca que enseñaba un muy buen escote y ambas iban acompañadas de unos vaqueros muy apretados que marcaban sus larguísimas piernas, para colmo llevaba unas New Balance.
La hija de puta estaba buenísima o yo ya no me acordaba de cómo era, lo gracioso es que su ‘look’ me recordaba al que yo a veces forzaba a mi última ex a llevar, con la diferencia de que su camisa era de estilo militar.
Aún agarrándola de la cintura me quedé mirándola de arriba abajo.

– No recordaba que estuvieras tan buena, ¿qué te has tomado? Le dije.
– Empezamos fuertes, ¿eh? Me dijo riéndose.

– El sol de Málaga te ha sentado genial, le dije mientras entrábamos al coche.
– Tú estás más fuerte, ¿te has tomado en serio el gimnasio?
– No voy desde mayo, estoy hecho un tirillas, le dije mientras hacía pucheros.
– Yo ya te conocí de tirillas y me gustabas así, me respondió.
– ¿Te gustaba? Pregunté arqueando la ceja y mirándole mientras le hacía burla.
– Para ya, que acabo de verte. ¿No decías que habías cambiado?
– Me voy recuperando, le dije mientras ambos nos reíamos.

La verdad es que era una sensación deliciosamente incómoda, era extraño, notaba cómo había pasado el tiempo, pero por otro lado ella era la misma de siempre, sólo que más guapa.
La conversación siguió hasta que arrancó el coche y me preguntó por algún sitio donde poder comprar golosina, ya que necesitaba azúcar. Definitivamente no había cambiado nada.
Cien kilómetros más lejos de donde me recogió y tres euros menos en la cartera a cambio de una bolsa de golosinas por fin habíamos llegado a Cáceres.

– ¿Y ahora qué? Me preguntó según entrábamos en la ciudad.
– Te iba a llevar al Fost…
– ¿Me ibas a llevar? ¿Vas a pagar tú? Preguntó interrumpiéndome.
– Hoy sí, por todas las veces que no pagué, ¿te parece?
– He tenido que ser tu ex para que me invites a cenar, dijo entre risas.
– Muchas veces disfrutamos de las cosas más como ex que como pareja, le dije mientras le guiñaba un ojo.

Aparcamos el coche cerca de Cánovas y fuimos andando al centro, aprovechando para enseñarle la plaza y restos del casco histórico, ya que donde iba a llevarla se encontraba ahí, en el mismo centro.

– Deja de mirarme el culo, me dijo dándose cuenta que de vez en cuando me quedaba un poco atrás para mirarle.
– Desde luego que esto de no ser pareja no tiene nada bueno, me gasto el dinero invitándote a cenar y para colmo no puedo mirarte el culo. Le dije poniendo cara triste.
– Tú lo decidiste así, dijo tajante.
– Era joven e inexperto, le dije.
– Y gilipollas.
– Muy gilipollas, pero eso lo sigo siendo.
– No, lo de inexperto ya sé que no, me respondió.
– Tuve una buena maestra.
– Unas cuantas, dijo entre risas.
– ¿Qué sabrás tú? Le dije aguantando la risa.
– Debería haber usado tu método para olvidarte, tirarme a cuarenta mil.
– Yo creo que funciona mejor el tuyo, no tirarte a nadie y autoengañarte pensando que el otro es gilipollas.
– No te creo, me dijo.
– Bueno, esta última vez hice tu táctica y la mía, quizá por eso no me funcionó demasiado bien.
– ¿Volverías con ella? Me preguntó sorprendida.
– Hace unas semanas, sí, incluso sabiendo que no es la misma de antes, ahora aunque la quiero sé que no tenemos nada en común.
– ¿Y qué más da eso al final? Me preguntó.
– Para mí hay dos tipos de persona, Jara. Las que se adaptan a los demás y las que hacen que los demás se adapten a ellas, cada una de vosotras estáis en un grupo. Siempre pensé que yo necesitaba alguien a mi lado que se adaptara, como ella, pero el problema viene a que no sólo se adapta a mí, hay más personas en si círculo y eso es un gran problema cuando tienes que elegir entre todas ellas.
– Entonces lo que tú quieres es alguien que se adapte contigo y haga adaptarse a los demás.
– Yo ya no quiero nada, Jara, te lo aseguro.
– Todos queremos algo, me dijo.
– Y yo quiero comerme el solomillo que me he pedido y disfrutar de la cena, nada más.
– Qué poca ambición, al final es verdad que has cambiado.
– Porque no has visto en solomillo, sino pensarías de otra forma.

La conversación siguió mientras nos comíamos los entrantes, mi última ex salió varias veces en la conversación, incluso Helena y mi viaje a Francia, pero nada relevante.
Por fin llegaba mi solomillo y su ensalada.

– Sigues comiendo más verde que carne, no sé de dónde sacas las proteínas para tener ese culo.
– Llevo haciendo spinning desde que empecé contigo, creo que ya es genética, dijo entre risas.
– ¿Qué tal está el solomillo? Me dijo mientras veía como disfrutaba del primer bocado.
– Como siempre, buenísimo, al principio te llama por la vista, pero luego te das cuenta que cuando lo saboreas y pruebas su interior está mucho mejor, le dije mientras le miraba de arriba abajo, haciendo clara alusión a que estaba hablando de ella.

Ella rió con la boca cerrada mientras negaba con la cabeza, como diciéndome de forma telepática de que nunca iba a cambiar.

– ¿Qué tal la ensalada? Le pregunté mientras le arqueaba una ceja.
– Bueno, no deja de ser una ensalada, todo el mundo se cree que es muy sana, pero a la hora de la verdad entre las nueces y el aceite que tiene ésta es posible que tenga más calorías que un plato de arroz. Hay que comerse las cosas sabiendo en las posibles consecuencias.
– ¿Siempre piensas en las consecuencias? Le pregunté.
– Demasiado.
– Y aún así has pedido ensalada, le dije.
– Hay cosas que no se pueden evitar, me dijo sin poder evitar la risa.
– ¿Teniendo estas conversaciones me puedes explicar por qué cojones te dejé?
– Ya te lo he dicho, eras gilipollas.
– Pero tenía mi encanto, ¿no?
– Eso será con otras, conmigo no.
– ¿No era romántico contigo? Bueno, romántico nunca he sido, ¿no era cariñoso? Pregunté curioso.
– No demasiado, ya lo sabes, aunque yo tampoco te lo pedía ni lo necesitaba, sólo en el sexo.
– ¿En el sexo? Siempre he considerado nuestra relación como muy sana sexualmente, no me jodas.
– ¡Era bueno! Me dijo mientras se reía y me tocaba el brazo.
– No me jodas… Le volví a decir.
– Te lo digo en serio, era bueno, pero yo echaba en falta un sexo más de pareja, más cariñoso.
– Nunca me lo pediste, ni yo pensaba que te gustara.
– Me gustó mucho las dos o tres veces que lo hicimos así, pero nunca más repetimos.
– Me estás matando poquito a poco, yo que pensé que nuestro sexo no tenía problemas, dije entre carcajadas.
– No los tenía, yo disfrutaba muchísimo, sólo ese pequeño detalle, un poco más de cariño, ahora visto desde fuera veo que me follabas como te puedes follar a cualquiera, me dijo.
– Tú nunca has sido, ni serás cualquiera, que te folle de una manera u otra no significa nada. Puedes repetir un polvo postura por postura con dos personas, que siempre vas a disfrutar más con quien te folle la mente y no el coño, y lo sabes.
– Por eso te he dicho que disfrutaba.

La conversación al final se desvió un poco, por lo que ambos decidimos cortar de raíz y empezar a hablar de otras cosas, hablar de sexo y posturas con quien aún recuerdas todos los polvos que echabas no es del todo bueno, menos aún cuando lo tienes delante.
Después de cenar decidimos ir a pasear por el centro, la conversación sobre sexo y el vino estaban haciendo estragos en mí, y ella no parecía muy distante en mis arremetidas.

Tenía algo de frío, por lo que la acompañé al coche a coger el abrigo.
Abrió el coche y se dispuso a abrir la puerta de atrás para cogerlo cuando…

– Jara, le dije mientras le agarraba la mano y le hacía girarse.

Nada más girarse pude ver cómo clavaba sus intensos ojos verdes en los míos y en cómo sus labios se separaban, sabiendo ambos lo que iba a pasar. Me acerqué a su boca y empecé a besarla lentamente mientras con la mano derecha le agarraba la cara y con la izquierda la cintura mientras mi cuerpo apretaba al suyo contra el coche.
Mis labios no paraban de jugar con los suyos, pero nuestras lenguas aún estaban tímidas, querían esperar, ambos queríamos esperar a sentirnos aún más.

– Madre mía, me dijo mientras me apartaba poniendo una mano en mi pecho.

Le agarré la mano y me la coloqué en el hombro, después puse mi dedo índice en su boca y le dije que se callara, al segundo me volví a lanzar a su boca. Esta vez los dos estábamos con ganas de más, nos estábamos devorando la boca y mis manos estaban entre su culo y el coche, haciendo con ellas la forma redondeada y dura que éste tenía.
Se alejó un poco de mí y se mordió el labio con los dientes mientras me miraba, sabía de sobra que eso me ponía.
Me volví a lanzar a sus labios y comencé a darle mordiscos en el labio inferior y me fui hacia su cuello, que empecé a comérselo. La escuchaba aguantando gemidos y haciendo que le apretara contra el coche para notarme muy pegado a ella, hasta el punto de que me agarró una de mis manos que tenía en su cintura y se la puso en el coño. Yo empecé a frotárselo a través de los vaqueros mientras le comía el cuello y de vez en en cuando volvía a su boca, donde ella me recibía con mordiscos y besos húmedos.

– Mañana quizá me arrepienta, pero…
– Para mañana aún faltan un par de horas, me dijo cortando mi frase.
– Te iba a decir que nos fuésemos a un hotel.
– ¿Un hotel? Dijo extrañada. Podemos irnos a algún sitio con el coche.
– No pienso follarte en un coche, ven, le dije mientras le agarraba la mano, cerrábamos el coche y nos íbamos a un hotel del centro.

 A los quince minutos ya estabamos en el mostrador de un céntrico hotel esperando a que nos dieran la llave de la habitación. El polvo nos iba a costar 50€ y una caja llena de recuerdos mezclada con arrepentimiento.

Entramos en la habitación y ella cerró la puerta tras de sí, a lo que yo me giré y la comencé a besar mientras ella me agarraba la cara. Poco a poco me fue empujando hasta la cama, de la cual noté su borde en mis piernas y caí sentado en ella. Jara aprovechó para ponerse sobre mí y seguir besándome mientras se apretaba fuerte a mi cuerpo, no quería que me escapase.
Le quité la camisa y le empecé a comer el cuello, a morderlo, a lamerlo. Podía notar sus venas palpitar mientras mis labios estaban pegados a él, mientras mis dientes lo arañaban y mientras mi lengua se lo humedecía.
La verdad es que Jara nunca se ha caracterizado por querer alargar demasiado los preliminares, no tiene paciencia y necesita de un contacto algo más intenso, o al menos así era como la recordaba aunque teniendo en cuenta cómo gemía mientras le comía el cuello, creo que podía seguir comiéndome nuevas partes de su cuerpo.
Me eché un poco hacia atrás y me quedé mirándola, ambos esbozamos una sonrisa de «somos gilipollas, pero lo que hemos empezado hay que acabarlo».

Le quité la camiseta y casi sin darme tiempo a reaccionar ella ya se había quitado el sujetador. Me lancé a por sus tetas, se las empecé a comer sin parar. Primero pasaba mi lengua por sus pezones y después le lamía alrededor, se las agarraba una con cada mano y le pegaba pequeños mordiscos a cada una de ellas.
Me ayudó a quitarme la parte de arriba y me empujó sobre la cama, de momento quería tener ella el control. Ella aprovechó para quedarse en tanga y la verdad es que la imagen de su culo con ese tanga negro me la puso dura al segundo de verlo.
Se puso sobre mí y me empezó a besar despacio, mientras sus pezones acariciaban mi pecho. De vez en cuando se alejaba para mirarme y me daba un mordisco en el labio, tirando hacia ella. Fue bajando poco a poco por mi barbilla, mis clavículas, mi pecho, sin parar de darme besos. Bajando hasta mi ombligo y hasta mis pantalones, los cuales empezó a desabrochar haciendo ese sonido tan característico que a algunas os pone tan cachondas.
Después del sonido de la hebilla del cinturón y de bajarme los pantalones, con mi ayuda, me empezó a dar besos en la polla a través de los boxers, sin parar de clavar sus ojos verdes en mí, asegurándose de que la estaba mirando, asegurándose de que iba a verme disfrutar.
Empezó a mordisquearla y manosearla a través de mis boxers, hasta que me los bajó hasta las rodillas y su lengua alcanzó mi polla, lamiéndomela de abajo a arriba, logrando que me estremeciera de placer al sentirla y soltando un gruñido.

Empezó a comérmela sin parar de mirarme, podía notar cómo sentía el calor de mi polla dentro de su boca, cómo cada vez se me ponía más y más dura. Ella no paraba de acariciármela, de pasar su lengua por mi punta, de masturbarme con su mano mientras sus labios me la abrazaban. No paraba de gruñir y de moverme sobre la cama mientras tenía su cabeza ahí, comiéndomela sin parar.

Paró de comérmela y se puso sobre mí, frotando su tanga contra mi polla, apretándose fuerte. Yo clave mis manos en cada uno de sus nalgas y apreté fuerte contra mí, mientras ella movía sus caderas haciendo que su coño se frotase contra mi polla.

Giré en la cama y la coloqué tumbada boca arriba, le miré a los ojos y mientras le sonreía le quité el tanga a tirones, como ya hizo ella conmigo anterior mente. Ella abrió las piernas dejandome ver su perfecto coño, y dándome la bienvenida para que me lanzase a comérselo.
Así hice.

Me acerqué despacio, aún respirando por la boca de lo cachondo que estaba, podía notar cómo ella se estremecía al notar mi aliento sobre su coño, cómo se mordía el labio esperando a que me lanzara de una vez… Me acerqué y con la punta de mi lengua se lo acaricié justo entre los labios, de abajo a arriba. Ella soltó un gemido. Volví a repetir el movimiento, ahora más despacio, su gemido fue mucho más alto.
Puso sus manos sobre mi cabeza y me dio un pequeño empujón hacia ella, indicándome que me dejara de tonterías.

Me puse a devorárselo, mi lengua presionaba durante varios segundos su clítoris y después lo soltaba, después recorría cada uno de sus labios con mi boca, jugaba en su entrada haciendo círculos con mi lengua. No podía parar de chillar y entre esos gritos me pedía que se la metiera, pero aún faltaba para eso. Le penetré con un dedo y empecé a masturbarle, pero a los pocos segundos me di cuenta de que podía masturbarle perfectamente con dos, se estaba muriendo de placer y estaba calada.
Empecé a meterle dos dedos sin parar, todo lo rápido que podía con cuidado para no hacerle daño. Le masturbaba rápido, mientras mi boca jugaba.

No podía más, me puse de pie frente a ella y me agarré la polla con la mano.

– Métemela, me volvió a decir.

Empecé a darle golpes en el coño, lo que le hacía estremecerse en la cama. Empecé a rozarmela justo entre los labios de su coño, a jugar con mi punta, seguía dándole golpes e incluso se la metí un poco para después volvérsela a sacar.
Volví a repetir el juego de meterle mi punta y jugar con ella mientras sus ojos verdes estaban clavados en mí, como si el tiempo no hubiera pasado. De un golpe seco se la metí hasta el fondo y empecé a follármela despacio, sintiéndonos perfectamente mientras nos mirábamos.

Me puse encima y se la volví a meter mientras ella me abrazaba con sus piernas y acariciaba mi espalda con sus manos. Nuestras bocas no paraban de buscarse y de alejarse cada vez que alguno de los dos necesitaba gemir de placer.
No podía parar de follármela, pero lo hacía lento, que pudiésemos disfrutar de todo nuestro cuerpo, pero sin parar de sentir cómo entraba y salía.
Coloqué os brazos sobre la cama, como haciendo una flexión y empecé a metérsela más fuerte y desde otro ángulo.

– Fóllame duro, me dijo.

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