¡Disfruta mucho más de ti!

Corazón

 

Esto no es una despedida, es un hasta luego, aunque cada vez que me despida de ti me sea más difícil volverte a sentir, sé que volverás. Esto no es el final, es un hola a la razón, un adiós a ti, corazón. 
Hemos remado juntos durante más de cuatro años, te hice caso en todo lo que me proponías y siempre que caíamos, nos volvíamos a separar. Cada vez me está costando más creerte, saber que lo que me ordenas es lo correcto, cada vez intento con más fuerza darte ese valor que te quita la razón, pero estoy cansado de caer contigo, de luchar para que tarde o temprano nos tengamos que volver a despedir una vez más.
Muchas guerras hemos librado, hemos disfrutado luchando, pero nuestros caminos al final siempre se separan, cuando perdemos, no pierdes tú, todos lo hacen. Cada vez que fijo un nuevo objetivo, éstos pierden valor, temo que si sigo haciéndote caso algún día desaparezcas de mí por completo, y no tenga más que un órgano que bombea sangre al resto de mi cuerpo, temo que si esto sigue igual pueda perder la visión que tengo de ti y ambos nos quedemos solos, sin aprovechar todo nuestro potencial, sin amar.
Corazón, mi razón te ha escrito, hazle caso, déjanos un tiempo y vuelve con más fuerza, pero por favor, si vuelves que sea para no volverte a ir, o tal vez me convierta en esa roca fría y sin sentimientos a la que tanto empeño pusiste en cambiar.

Se abrió mi mente, se abrió mi corazón y ahora sólo uno de los dos permanece abierto, mi corazón ha dado paso a la razón y mi ego ha tomado el poder de mi cuerpo.
No tengo sentimientos que me detengan, espero que un día mi motivación salga de ti, corazón.

Atentamente, alguien que te hizo siempre caso sin pensar en nada más.

Gracias por tanto, corazón.

–Hero

Tengo un máster en saber qué decir a una persona para que se olvide de mí, creo que es mi mayor virtud. No sé si es porque conozco bastante rápido a las personas, o simplemente es un don que me viene de serie, el caso es que siempre me funciona.
El tiempo ayuda a que se olviden de ti, el tiempo al final te soluciona muchos problemas, pero lo que más le facilita a alguien olvidarte es que te odie, especialmente os ocurre a vosotras las mujeres.
A alguna basta con decirle que hablabas con ella porque te querías follar a alguna amiga suya, a otras que follar está muy bien pero que tú buscas algo más que ella no te da, a otras simplemente basta con llamarles mentirosas.
A la larga, que una mujer te odie es malo, pero a corto plazo es lo mejor para ambos, ninguno sufre, yo consigo mi propósito y ella me coge tanto asco que ni se plantea el volver a hablarme. ¡Todos ganamos!

 

 

Me gustaría volver a ser el guarro que era antes, el que cuando dejaba una relación se olvidaba de ella a base de follarse a una tía distinta cada día, ahora me cuesta más, creo que he aprendido lo que es el verdadero amor, por eso quiero guardarlo bajo llave.
Chicas guapas y sin problemas mentales ya llaman a mi puerta, ¿estaré preparado?

Tantas a mis pies y ninguna a mi altura, pensé. ¡Qué equivocado estaba!
Aquí viene la que pensé fue la mejor época de mi vida.

Años atrás, Madrid, acababa de dejarla y estaba hecho un lío.
Vivir solo era un problema, demasiado tiempo para pensar en las decisiones tomadas, tenía que olvidarme de todo.

No sé qué es lo que me llenaba más, si el hecho de follarme a una tía distinta o el hecho de conseguir que una tía distinta quisiera follarme. Horrible.

Miré mi agenda:
Nada, nada, nada.
Miré mi Facebook:
Nada, nada y nada…
Tuenti (sí antes usaba Tuenti, no me matéis)
Nada, nada… ¡Oh!

Hacía muchísimo tiempo que no hablaba con ella, pero me decidí a atacar. Me gusta ser sincero, que descubriese que estaba hablando con ella porque necesitaba echarle un polvo y así olvidar a la mujer que acababa de apartar de mi vida podía ser muy patético. Me gusta la sinceridad, probé si a ella también.

A las cuatro o cinco horas la tenía a cuatro patas sobre mi cama chillando como una verdadera zorra (perdonad el eufemismo, pero pienso que encaja a la perfección).
No era capaz de correrme, llevábamos toda la tarde follando como dos adolescentes, follando en todas las posturas que sabíamos y en las nuevas que se nos ocurrían, nada.
Tenía la mente aún en otro lugar, en otra persona, decidí evadirme un rato de mis pensamientos y disfrutar de lo que tenía delante, o encima, o debajo…
Al rato de desconectar empecé a sentir, a disfrutar, le avisé de que me iba a correr. Se desencajó (qué palabra más fea, pierdo facultades) mi polla, me quitó el condón y me la empezó a chupar de tal manera que pensé que su sabor debía ser delicioso.
La tenía sobre mí, pasando su lengua de lado a lado mientras con una mano me la apretaba y me la masturbaba. Se la introdujo en el momento exacto y siguió masturbándomela hasta que me corrí dentro de su boca.
Fue una única corrida, pero me quedé como nuevo, la segunda sería en su cara. Sacaba mi lado más guarro y cerdo, ¿qué queréis que hiciera? Me la seguí follando, hasta que mi polla y su coño decidieron darse una tregua.

El día siguiente lo pasé íntegro con mis amigos, por lo que no tuve tiempo para ella, ni siquiera me paré a pensar en ella o en alguna otra mujer.

Pero pasaron dos días, y me llamó.

Una amiga suya hacía una fiesta en su chalet, tenía que ir con bañador y vestido de blanco. Me pregunté para qué sería el bañador, porque con el frío que hacía no creo que ningún valiente pensara bañarse, pero accedí.
Se lo dije a todos mis amigos, pero ninguno quería salir entre semana, cosa comprensible, por lo que decidí ir solo.

Había quedado a las cuatro con mi amiga en la puerta de mi casa, me venía a buscar en coche con dos amigas más. Yo ya estaba listo, y como supuse que el bañador no iba a usarlo me lo llevé dentro de una mochila, esperaba mojar de otra forma en la que no iba a necesitarlo.

Un Ibiza rojo aparcó en la puerta, en él iba mi amiga en la parte de atrás y dos chicas bastante apetecibles en los asientos delanteros.
Entré, saludé a ambas y empecé a hablar con mi amiga mientras nos conducíamos a aquel misterioso chalet.

– Mi amiga te va a gustar, me dijo mientras las dos de los asientos delanteros discutían con el GPS.
– ¿Qué amiga? Pregunté extrañado.
– La del chalet, es rubia.
– ¿Me has concertado una cita sin yo enterarme?
– No, sólo te he dicho que te gustará.
– ¿Quieres que me la folle?
– Te la vas a querer follar, pero no creo que lo consigas.

(En esta época de mi vida me gustaba apostar, y debo deciros que pocas veces perdía una apuesta, aunque a veces me dejaba perder).

– ¿Qué nos apostamos? Le dije.
– Lo que tú quieras.
– Si me la follo eres mi esclava sexual durante un mes, le dije.
– Como si quieres que sean dos.
– Un mes y un trío con la chica que yo quiera.
– Lo que tú quieras, pero no lo vas a conseguir.
– ¿Qué quieres tú a cambio?
– Serás tú mi esclavo sexual durante un mes.
– ¿Sin tríos? Pregunté extrañado.
– No quiero tríos con otros hombres, y con otra mujer sería premiarte.
– ¿Trato entonces? Le pregunté para confirmar.
– Trato.

Os ahorraré lo que falta de camino al chalet, nada relevante a parte de que me di cuenta de que las otras dos chicas que había en el coche estaban casi tan buenas como mi amiga, y desde ese momento me centré en follármelas también.
No me matéis, en esa época lo único que me llenaba era conseguir todo lo que quería, no veía personas, veía cuerpos, aunque reconozco que ahora me vuelve a pasar algo parecido, pero no igual.

Aparcamos el coche en una gran explanada de tierra y entramos al dichoso chalet. Era un chalet grande, de unas dos plantas, una gran cristalera daba al exterior, donde todo estaba cubierto de un césped perfectamente cortado y una piscina no muy grande cubría una esquina.
Era un sitio bastante acogedor y muy alejado de las demás casas, lo que permitía tener la música tan alta como quisieran. Lo que más me sorprendió es que ya había como unas 50 personas con cubatas en la mano.
Me centré en buscar a mi rubia, pero había varias y ninguna me encajaba en el perfil.

– ¿Es alguna de estas? Le pregunté a mi amiga.
– Cuando la veas sabrás que es ella.
– ¿Por la corona de princesa?
– Idiota, dijo entre carcajadas.
– Bueno, voy a perderme un rato a ver quién hay por aquí, saluda por mí.
– Vale, volvió a decir mientras reía.

Como yo era el único soldado de mi ejército a la vez que general también era la tropa de avanzadilla. Exploremos, me dije.
La verdad es que enemigos como tal no había muchos, sólo había algún que otro repeinado con polo en los que el caballo que tenían era más grande casi el polo en sí.
Cuando te pones a andar solo por una fiesta piensas que todo el mundo te va a mirar, te va a señalar o incluso te va a preguntar qué haces ahí, pero a los cinco minutos se te pasa y te das cuenta de que cada uno va a su puto rollo.

Me acerqué a las cristaleras que daban al jardín, pude divisar una pantalla plana de bastantes pulgadas (esta historia es de hace años, recordadlo), alrededor de la pantalla había varios sofá que tenían pinta de cómodos. El interior de la casa estaba decorado con un toque bastante moderno, me gustaba ese estilo. Para terminar, del salón salían unas escaleras que daban a la parte de arriba, en la que supuse que estaban los dormitorios.

Después de este pequeño párrafo sobre interiorismo os contaré lo que realmente os importa. ¡La vi!

Estaba al borde de la piscina, junto a un chico que se había adelantado a la moda de los gimnasios que hay ahora y que podría agarrarme perfectamente la cabeza en una de sus manos.
¡Qué hija de puta! Pensé… Mi amiga me había engañado, sabía que no iba a follármela porque ese armario era su novio, y para colmo estaba aquí, con ella.

Se me olvidaba, ¿cómo era ella?

 

Rubia, ojos oscuros, pelo muy largo recogido en una coleta, pecho apetecible y un culazo marcado por unos vaqueros bien ajustados. Tenía unos labios carnosos y una cara entre dulce y agresiva, la mezcla perfecta.

Me acerqué al grupo en el que se encontraba mi amiga.

– ¡Me has engañado! Le dije entre cabreado y en broma.
– ¿Por qué? Preguntó extrañada.
– Tiene un armario empotrado que la protege, creo que sería más fácil follármelo a él que a ella.
– Pues seguramente gilipollas, porque lo primero es que es gay y lo segundo es que es su hermano. Me dijo partiéndose el culo.

Sus dos amigas también se empezaron a reír.

– ¡Qué cabronas sois! Le dije.
– Aún así, no creo que te la vayas a follar, me dijo.
– ¿Te la quieres follar? Añadió una de sus amigas.
– ¿Tú no? Con una así deberías replantearte tu sexualidad, le dije.
– No creo que seas capaz, es muy reservada para esas cosas, me dijo.
– ¿Tú también quieres apostar?
– ¿Has apostado con “E”? (A partir de ahora E será mi amiga)
– Claro, le dije.
– ¿Qué has apostado? Preguntó.
– Si se la folla me folla a mí, dijo E.
– ¿Pero vosotros dos no habías follado ya? Preguntó extrañada.
– Cada vez me sorprendo más con lo poco privada que es mi vida PRIVADA, recalqué mientras las sonreía.
– Somos amigas, ¿qué esperabas? Dijo E.
– ¿Tú también quieres apostar? Le pregunté a su amiga.
– ¿A ser tu esclava? Vale, pero yo quiero de ti una cena si gano yo.
– A eso también me apunto yo, dijo la amiga que faltaba por involucrarse en la conversación.
– ¿Me estáis diciendo que si gano tengo a tres esclavas para mí solito? Pregunté entre extrañado y sorprendido.
– Sí, y si pierdes serás mi esclavo y a ellas les deberás dos cenas, me dijo E.
– ¿Pero quién cojones es esa tía para que la tengáis tan endiosada? Pregunté extrañado.
– La típica chica que siempre ha sido popular y que no se folla a cualquiera, me dijo E.
– Bien…

Terminada la conversación me acerqué a ella decidido, mi ego desde hacía días estaba tan crecido que si me tiraba a la piscina todo el agua se saldría fuera.

– Hola, eres el dueño de la casa, ¿no? Le pregunté al hermano mientras le daba la mano y me presentaba.
– Sí, ¿vienes con E y …? Me preguntó mientras me sonreía.
– Sí. Por cierto, ¿dónde puedo coger hielo? Tenía que desviar la atención e ignorar a su hermana para que ella actuase. 1, 2, 3…
– Está dentro de la cocina. Por cierto, soy L, soy su hermana y mientras se presentaba le di dos besos.
– ¿Me acompañas? Le pregunté como si realmente fuese tan inútil que no pudiera encontrar la cocina solo.
– Claro, ven.

He de reconocer que tenía una voz muy apetecible y que me ponía muy cachondo, era un poco más baja que yo, pero no llevaba tacones.

– ¿Hace mucho que conoces a E? Me preguntó curiosa.
– Algo así.
– Entiendo.
– ¿Qué entiendes? Le pregunté extrañado.
– Lo de “algo así”.
– ¡No es lo que parece! Le dije entre risas.
– Ya, ya. Dijo riéndose.
– En realidad me he acercado a ti por una apuesta.
– ¿Qué apuesta? Me preguntó de tal forma que parecía molesta.
– Nada, lo típico, si consigo echarte un polvo ella y todas sus amigas serán mis esclavas sexuales durante un mes. Le dije serio.

Ella se paró y se empezó a reír.

– No creo que me necesites para follártelas a todas, pero follarme a mí…

Esa frase me dejó loco, no sabía por dónde cogerla.

– Qué bien que vamos a por hielo, porque con la torta que me acabas de dar voy a necesitar ponerme algo en la cara. Le dije entre risas.
– Era broma, me refiero a que no se te ve un tío necesitado de sexo. Me dijo.
– Prefiero no preguntar el porqué. El caso es, ¿qué te hace pensar que lo que necesito es sexo y no conocer a alguien nuevo con la excusa del sexo?
– Por eso mismo sé que no necesitas de mí para echar un polvo.
– Me he perdido.
– Suerte que la rubia soy yo. Me refiero a que con la cara que tienes y esas respuestas no creo que haya muchas que no se rindan a tus pies.
– Oye, a mí no me entres tan a saco, que yo soy muy tradicional y aún pienso que los hombres tenemos que llevar las riendas en la seducción. Le dije entre risas.
– Mejor espérate a que esté borracha, así tengo una buena excusa. Me dijo riéndose.
– ¿Te parezco mala excusa?
– Lo que importa es cómo de buena es la excusa para el resto de los que están aquí.
– Creo que voy a perder la apuesta.
– Sabía que no ibas a tener paciencia, me dijo.
– Tengo demasiadas virtudes como para preocuparme por una que se basa en esperar. Le dije.
– A veces lo bueno se hace esperar. Aquí está la cocina.
– Si lo bueno se hace esperar, esperemos.

Le agarré de la cintura y le apreté contra una pared de la cocina. Acerqué mi cara a la suya, fui lentamente hacía su cuello y…

– Ya que lo bueno se hace esperar, hoy vamos a ser las personas más pacientes que hayamos conocido, le dije en un susurro a su oído.
– ¿Intentas provocarme? Me dijo mientras pude ver como empezó a respirar por la boca, nerviosa.
– ¿A ti? Siempre.
– Yo no te he provocado.
– Tu cuerpo lo hace constantemente.
– No tengo culpa de que te guste mi cuerpo, me dijo ya en un tono de voz muy diferente al tono vacilón del principio.
– Ni yo de que te pongas cachonda por notar mi respiración en tu cuello.
– No me he puesto cachonda… Me dijo mientras se lamía los labios.

Me acerqué de nuevo a su oído.

– Entonces no te importará que te vuelva a susurrar desde aquí, ¿no? Le volví a susurrar en su oído.
– Si te gusta, no tengo inconvenientes, pero cuidado que a lo mejor si lo hago yo no te controlas.
– Hazlo.
– No, me dijo.
– Hazlo, atrévete.
– No.
– Si no lo haces te muerdo el cuello ahora mismo y no habrá marcha atrás.
– No te vas a atrev…

Me lancé a su cuello y empecé a lamérselo, mordérselo y a comérselo. Ella soltó un gemido.

– ¿Eso ha sido un gemido?
– Cállate.
– ¿Necesitas un poco de hielo?
– Te odio.

Me acerqué a ella, le apreté de nuevo contra la pared y le devoré la boca. Mi lengua empezó a jugar con la suya y mis dientes se clavaban y tiraban de sus carnosos labios.
Duró a penas unos segundos.

– Vamos, que veíamos a por el hielo, le dije mientras me reía.
– ¿En serio?
– Claro, que además creo que vas a necesitar enfriarte, porque hasta que te emborraches y pueda buscarte aún falta.
– ¿Dejaste a tu novia para ser así de gilipollas con el resto?
– ¿Qué, cómo sabes eso? Pregunté sorprendido de que lo supiese.
– Da igual, déjalo. Me dijo mientras evitaba mi mirada y sacaba hielos del congelador.
– Se te ha escapado porque estás cabreada, quiero saberlo.
– Déjalo X, de verdad.

Le agarré de la cintura como antes de darle el beso e insistí.

– Dímelo, le dije mientras mi mirada cambiaba de sus labios a sus ojos.
– Sé lo de la apuesta y lo sé todo.
– ¿Cómo lo vas a saber? Es imposible.
– Pues lo sé.
– Cuéntamelo, por favor. Insistí.
– E sabía que si te retaba ibas a apostarte algo.
– Venga ya.
– Ayer le dije que hoy daba una fiesta y ella me preguntó si podía venir con un amigo…
– Yo…
– Exacto. Me dijo que seguro que me tirabas la caña porque soy tu tipo, a lo que le dije que nos podíamos reír un rato contigo viendo cómo intentabas ligarme.
– ¿En serio? Empecé a reírme.
– ¿Ahora quién es el que trata como mierda a los demás? Le dije con media sonrisa.
– Lo siento, al menos te lo he contado, ¿no?
– Me lo has contado porque estás cabreada y cachonda.
– No te pases.
– Es la puta realidad.

Casi sin terminar la frase me lancé a sus labios, su cara de sorpresa cambió cuando mi lengua empezó a rozarse con la suya, cuando mis labios empezaron a saborear los suyos y cuando mi cuerpo se apretaba más y más al suyo.

– El problema es que yo también me quedé con ganas de seguir besándote, le dije.

Volví a lanzarme a sus labios, era un beso tierno, lento, mi lengua buscaba la suya y la suya buscaba a la mía. Mis dientes se clavaban en su labio inferior y tiraban hacia mí mientras nuestras miradas se cruzaban.
De repente una nube nos envolvió, me encantaría engañaros y presentaros una situación irreal en la que parecíamos dos enamorados que acababan de conocerse como en una película, pero no, aunque casi podría serlo.
Por un momento nos olvidamos de todo, nos estuvimos comiendo la boca sin despegarnos durante un buen rato.

– Deberíamos irnos, llevamos dos horas aquí… Me dijo
– Sí, vamos. ¿Te busco cuando estés borracha?
– Cállate imbécil.
– Aún tengo ganas de que me expliques cómo he conseguido comerte la boca después de todo.
– Si no lo sabes es que a lo mejor no ha merecido tanto la pena como pensaba.
– ¿Crees que eso te servirá de excusa para no contármelo?
– Anda ve y coge los hielos, que hemos venido a por eso y nos los hemos olvidado.

Fui a por los hielos y ambos nos acercamos a donde estaba su hermano con un grupo de amigos, los soltamos en un cubo y nos fuimos con E…

E me miraba extrañada, alternando su mirada entre L y yo.

– Se lo has dicho, le dijo E a L.
– Sois unas hijas de puta, que lo sepáis. Dije riéndome.
– Para que veas si te conozco bien, me respondió E.

Cuando me quise dar cuenta ya era de noche, mucha gente se había ido y el grupo de unos 15 que aún quedábamos allí nos pusimos a preparar una barbacoa. El tonteo con L era constante, a veces era ella la que se me acercaba a decirme cosas y a tocarme el culo, aunque la mayoría de veces me acercaba yo y aprovechaba para darle un mordisco en alguna parte desprotegida de su cuerpo. Aún me asombraba el culazo que le marcaban aquellos vaqueros.

El tiempo pasaba y L cada vez me gustaba más. ¿Hay algo más atractivo que ver a una mujer sofisticada comiéndose un bocadillo de panceta? Eso pienso yo.

– El alcohol se ha acabado, ¿voy a por más para que así puedas emborracharte?
– No te tenía por alguien que repite las bromas malas.
– No te tenía por alguien que pudiese rechazar emborracharse conmigo para después bañarnos en esta piscina desnudos.
– Me conoces poco si crees que necesito estar borracha para hacer eso, me dijo.
– Lo de bañarte desnuda es lo menos excitante que ibas a hacer conmigo ahí dentro, le dije mientras sonreía.
– Perro ladrador…
– Que yo sepa yo ya te he demostrado que muerdo, le dije terminando su frase.
– Será lo único que me has demostrado, me dijo mientras se acercaba a mí.
– Bueno, tenemos mucho tiempo para ver qué más puedo demostrarte, le dije mientras le agarraba de la cintura y le daba un beso.
– ¿Qué te hace pensar qué queiro que me demuestres más cosas?
– En que tienes la excusa perfecta para no dormir sola hoy, le respondí.
– A lo mejor tengo a alguien esperándome en la cama y tú no lo sabes.
– Entonces será mejor que vaya y le diga que vuelva para la hora del desayuno con dos zumos de naranja y un par de tostadas para reponer fuerzas y que podamos a lo nuestro.
– ¿Nunca te callas? Me dijo forzando una cara de enfado.
– Sólo cuando…

De repente una voz gritando mi nombre me hizo girarme, una de las amigas de E me llamaba.
Ambos nos acercamos al grupo, E estaba sentada en el suelo, súper borracha.
Hacía bastante rato que no sabía nada de ellas, había estado todo el tiempo con L y apenas había bebido.

– ¿Qué le pasa? Pregunté sabiendo la respuesta.
– Está muy borracha y dice que no se puede levantar, me dijo una de sus amigas.
– Vamos a llevarla dentro, dijo L mientras me miraba indicándome que fuese yo quien la llevase.

Por suerte E no era muy alta, por lo que pude llevarla perfectamente en brazos sin partirme la espalda.

– ¿Qué quieres que haga con ella? Le pregunté mientras la llevaba de camino.
– Hay una habitación de invitados abajo, deja que duerma y que pase la mona.

La llevé hasta la habitación, le abrimos la cama y la metí dentro. Fue colocarla en la cama y sacar la cabeza para vomitar en el suelo.

– Previsible, le dije mientras miraba a L.
– Quédate con ella, voy a por una fregona, dijo mientras se marchaba a por la fregona.
– ¡La que has preparao’, E! Le dije en un tono bromista.
– Lo siento, no sé que me ha pasado.

Se encontraba fatal, no era una borracha graciosa, ni siquiera parecía una borracha, se encontraba verdaderamente mal.

– No te preocupes, ahora me quedo contigo mientras te consigues ir recostando.
– Aparta, que limpie esto, me dijo L mientras entraba por la puerta con una fregona.

He de reconoceros que pese a lo poco idílico de la situación, estaba muy cachondo. Es más, llevaba toda la tarde cachondo, L sacaba mi lado más animal, sus respuestas a todo, sus labios, su forma de devorarme el alma a través de su boca, su culo… Quedaba poco para que ambos empezásemos a llenar el vacío sexual del otro.

– Podéis iros, no quiero joderos el día, nos dijo E.
– ¿Estarás bien? Le preguntó L.
– Sí, no os preocupéis.

Le di un beso en la frente y salí de la habitación. L le dijo algo al oído y salió detrás de mí.
Ambos nos dirigimos al jardín y le explicamos a sus amigas y a los demás que estaba bien, que la habíamos dejado en la cama, durmiendo.

– Ven un momento, me dijo L mientras me agarraba de la mano y tiraba de mí.
– Dime, le dije mientras le agarraba de la cintura y me acercaba a sus labios.
– Espera, me dijo apartándome.
– ¿Qué pasa? Le dije extrañado.
– ¿Qué buscas de mí?
– ¿Qué? Le dije con cara de sorpresa.
– Sí, ¿qué buscas de mí? ¿Qué buscas en cada chica con la que te acuestas?
– Lo sabrás cuando me acueste contigo, le dije de forma tajante.
– No evites la respuesta… ¿Cómo es el nombre de la mujer que buscas en cada una de nosotras?
– No hay ninguna mujer, le dije de nuevo de forma tajante intentando terminar la conversación.
– Alguien que no busca más que sexo no tiene la empatía que tú tienes con nosotras, el cariño…
– Mea culpa por ser humano, le corté.
– Eres raro, me dijo.
– La rara eres tú, que llevamos un día perfecto y en lugar de pensar que tenemos una conexión brutal intentas buscar una respuesta lógica a algo que no la tiene.
– Desde luego labia tienes un rato.
– Y tú demasiadas preguntas.
– ¿La echas de menos? Me preguntó mientras se acercó a mí.
– Cada día, cada noche y cada mañana.
– ¿Y por qué te acuestas con otras en lugar de volver con ella? Me dijo mientras se apartaba.
– Porque lo que echo de menos es lo que sentía por ella, pero eso me lo puede dar cualquier mujer de la que me enamore.
– Bueno, dejemos el tema que me estoy rayando… Me dijo.
– Has bebido poco, le dije mientras me acerqué a sus labios y comencé a mordisquearlos.
– ¿Ninguna de las chicas que engañas te hace estas preguntas? Me dijo entre besos.
– Si lo hiciesen puede que alguna lograse entenderme, y eso no sería bueno para mí.

Poco a poco la gente se empezó a ir, hasta que sólo quedamos L, una amiga de E que es la que llevaba el coche y yo.

– ¿Puedo quedarme a dormir en el sofá del salón? Le preguntó la chica a L.
– Hay una cama libre arriba, al lado de mi habitación, le dije L.
– Ya, pero no creo que duerma muy bien ahí.
– ¿Qué dices? Le preguntó L.
– Por si hacéis ruido, dijo entre risas.
– ¿Por qué íbamos a hacer ruido? Le pregunté entre carcajadas.

Ignoró mi pregunta, fue a tumbarse al sofá y se despidió de nosotros con la mano, como invitándonos a subir a la habitación de L.
Me agarró de la mano y me condujo por las escaleras hasta su habitación, nada más entrar yo por la puerta, la cerró. Al entrar nos empezamos a besar, apreté mi cuerpo contra el suyo y directamente me lancé a devorarle el cuello, ella fue retrocediendo hasta dar con su culo en la pared. Giraba su cabeza sin parar mientras sus manos recorrían mi pelo, mientras las mías recorrían su cadera y mientras mi boca lamía y devoraba su suave piel.

– ¿Cómo puedes saber tan bien?

No me respondió, sólo se mordió y humedeció el labio mientras yo me volvía a lanzar a calentarle el cuello.

– Con la conversación que tuvimos antes aún dudo entre si follarte o hacerte el amor.
– Hazme todo, me dijo.
– ¿Todo? Repetí.
– Todo, me dijo mientras me empezó a besar de nuevo.

Su lengua era deliciosa, recorría todo el interior de mi boca y lamía mis labios por dentro. Sus labios eran carnosos y suaves, era imposible no clavar mis dientes en ellos de vez en cuando para saborearlos mejor.
Metí un trozo de mi mano por dentro de sus vaqueros y mientras retrocedía en dirección a la cama, tiraba de ella, hasta que acabé sentado en el borde de la cama y ella se colocó sobre mí.
Ambos nos quitamos la parte de arriba a la vez, quedando ella en sujetador.

– ¿Qué compenetración no? Le dije bromeando.

No contestó, simplemente se mordía el labio y se disponía a lanzarme de nuevo sobre mí.

– ¿No puedes hablar? Le dije riéndome.
– Estoy muy mojada, me dijo mientras se relamía los labios.
– Y más que lo vas a estar.
– Llegará el día en el que encuentres a una chica que te parta el corazón.
– A lo mejor esa chica llegó hace tiempo y ahora vivo con el corazón partío’, como Alejandro Sanz.
– No lo creo, me dijo.
– ¿Y por qué no? A lo mejor como tengo el corazón hecho trizas soy capaz de dedicarle un parte a cada mujer que me encuentro por la calle.
– Menudo cuento tienes.

La situación era extraña, hablando de corazones mientras la tenía encima de mí, con sus tetas a escasos centímetros de mi boca.

– Va, cállate de una puta vez, le dije mientras me lanzaba a comerle la boca.

Tenía unos labios carnosos y suaves, por lo que aproveché y clavé mis dientes en el interior de su labio inferior, quedando éste en el interior de mi boca me puse a lamerlo y saborearlo con mi lengua sin parar. Se lo solté y se quedó con la boca abierta, respirando por ella, jadeando mientras nos mirábamos por un instante. Segundos que parecieron eternos, uno de esos momentos que compartes con alguien y en los que parece que le lees el pensamiento, en los que parece que te das cuenta que se pregunta: «¿Qué estoy haciendo y por qué me gusta tanto?».

En esta época me di cuenta de que da igual cómo seas para gustar, lo que importa es mostrar a los demás que estás contento de cómo eres y convencerlos de ello si es que piensan lo contrario.

Fui directo a su cuello, a lo que ella soltó un gemido nada más notar cómo mis labios se posaban sobre su suave piel, cómo le abrazaba y le apretaba a mí mientras se lo lamía y mordisqueaba.
Hacía algún que otro parón besándola de una manera tan tierna que hasta me asustaba, despacio, con la lengua deslizándose dentro de su boca lentamente, como temerosa de entrar.

Le di la vuelta y le tire sobre la cama, quedando yo sobre ella, con un acto reflejo ella abrió las piernas.
Me incorporé, poniéndome de rodillas.

– Ahora que te tengo aquí y no puedes escapar de mí, ¿qué hago contigo?
– Hazme lo que quieras, me dijo entre risas.
– ¿Tengo carta blanca?
– Tienes lo que quieras.
– Bueno, por ahora te quiero a ti, osea que tengo lo que quiero, sí.

Nada más acabar la frase me volví a colocar sobre ella. Esta vez empecé a comerle las tetas con el sujetador puesto, mordisqueando, lamiendo, chupando. Me lancé a su clavícula e hice los mismos movimientos con mi boca, con mi lengua, con mis dientes…

Ella pasó las manos a su espalda y se quitó el sujetador por encima de la cabeza.

Me quedé mirándoselas, a lo que ella sonrió.

– ¿No te gustan? Me dijo.
– ¿Tengo cara de que no me gusten?

Le agarré la izquierda y empecé a dibujar círculos con la punta de mi lengua alrededor de su pezón, pasando cuidadosamente mi lengua por él. Fui haciendo una espiral con mi lengua saliendo de su pezón por todo su pecho, lamiendo cada poro de su piel.
Soplé sobre mi saliva y seguí mi espiral, esta vez al revés, acabando en su pezón. Se la solté e hice lo mismo con su pecho derecho, se lo agarré y formé una espiral con mi lengua saliendo de su pezón para volver a acabar en él.
Se las junté y empecé a morderle primero una, después otra.

Ella no paraba de jadear, de moverse bajo mi cuerpo, de arquear la espalda y de mostrarme lo perfecto que tenía el cuello.
Subí a su boca y se la empecé a comer. Ya no eran besos lentos y tiernos, ella mi agarraba del pelo mientras yo le devoraba los labios y mientras una de mis manos desabrochaba su cinturón y el primer botón de sus vaqueros.
Fui bajando, recorriendo su cuerpo. Pasé por su barbilla, bajé por su cuello, su clavícula derecha, después pasé dándole besos entre los pechos, bajando por su tripa, mordiendo y clavando mis dientes en sus caderas.

Me salí de la cama y me desnudé hasta quedarme en bóxers, acto seguido le quité los vaqueros a tirones.

Me volví a poner sobre ella, y mientras nos comíamos la boca, frotaba mi polla dura resguardada aún en mis bóxers contra lo que se escondía bajo su tanga. Ella gemía y jadeaba, sobretodo mientras me la frotaba y le comía el cuello, ahí se movía sin parar, movía sus caderas para notarla dura contra ella, y gemía, gemía mucho.

Volví a bajar por su cuerpo besando cada poro de piel que me encontraba en el camino, hasta que llegué a su tanga.

Tiré de un lado por encima de su coño, y de otro un poco por debajo, haciendo que este se quedara entre medias de sus labios y ambos labios saliesen a relucir teniendo el tanga justo en medio.

Me centré por el labio que apareció por el lado izquierdo, soltando un lametazo de abajo arriba que le hizo agarrarse con fuerza al cabecero de la cama. Me puse de lado y empecé a besarlo, poniéndolo entre medias de mis labios y como si se tratase de un sobre pasando mi lengua por él mientras mi boca se deslizaba de arriba abajo.
Sus gemidos me desconcentraban, chillaba mucho y me estaba poniendo la polla durísima.

Intenté repetir los movimientos en el lado derecho de su coño, pero sus gemidos y movimientos me lo hacían imposible. De repente le aparté el tanga y le metí dos dedos, empecé a masturbarle a toda velocidad, sus gritos iban a dejarla sin habla durante días, pero yo seguí metiéndole mis dedos dedos a toda velocidad, mientras me acercaba para jugar con su clítoris.

No paraba de gritar, mi polla estaba con ganas de entrar en acción, pero quería contenerme. Le quité el tanga y empecé a masturbarle cómodamente, mientras mi lengua jugaba con su clítoris, lamiéndolo, presionándolo y soltándolo.
A los pocos segundos mi mano estaba calada, igual que el trozo de cama que había sobre su coño.

– Con esos gemidos vas a hacer que me corra a los cinco segundos de metértela, le dije.
– Llevo ventaja en eso, córrete cuando quieras, me dijo riéndose.

Agarré con cada mano una de sus piernas y se las abrí todo lo que pude, colocando mi cabeza entre ellas. Se lo devoré.
No paraba de mover mi boca de un lado a otro, de morder y lamer sus muslos mientras que a los dos segundos ya le estaba otra vez comiendo el coño.

– Métemela ya, me dijo.

Me bajé los bóxers y me coloqué sobre ella, de rodillas.

– Dame la mano, le dije.

Puse mi polla justo sobre su coño, le agarré la mano y le coloqué la palma sobre mi polla, con la ayuda de mi mano la apreté fuerte contra mi polla y su coño, a lo que empecé a moverla, a rozármela.

Quería que la notase con su mano mientras me la frotaba en su coño, pero…
Se ayudó de su mano en el momento justo para que mi polla entrase en ella. Soltó un gemido mientras mi polla entraba entera, a lo que yo no pude resistirme y empecé a follármela rápido y fuerte, mientras me colocaba ya sobre ella.

Ella tenía las manos colocadas sobre mi espalda, abrazándomela. De vez en cuando notaba una sensación de calor en mi espalda y un dolor intenso pero breve que acababa en cierto escozor. Ahí sabía que había tenido otro orgasmo, aparte de que ese movimiento de sus uñas iba acompañado de un arqueo total de su cuerpo y un gemido mucho más fuerte que el resto.

Estaba tan mojada que yo ya no sabía ni dónde estaba, por lo que decidí cambiar de postura y ponerle a cuatro patas. Le dije que abriese un poco las piernas mientras se colocaba.

Le metí la punta mientras le agarraba las caderas, y de un golpe seco se la metí hasta el fondo. El grito que soltó me advirtió de que en esta postura sus gritos iban a ser mucho más sonoros.
Seguí metiéndosela, pero no demasiado rápido ni fuerte, intentaba concentrarme en otra cosa, sus gritos iban a hacer que me corriese, me ponían demasiado.

Le agarré con una mano de la coleta y tiré hacia mí, mientras tenía la otra aún en la cadera. Empecé a follármela más rápido y con golpes más seco, temía quedarme con un mechón de pelo rubio en la mano.
Ella seguía gritando sin parar.

– Coge mi camiseta y muérdela.
– ¿Qué?
– Hazme caso.

Lo hizo, agarró mi camiseta y la mordió, a lo que yo tiré de los extremos, los pasé por detrás de su cabeza y agarré ambos con una mano. Ya no iba a escuchar más gemidos tan follables, me dije.

Seguí metiéndosela, sus gemidos eran ahogados por mi camiseta. Tiraba de ella con cuidado, con una mano en su cadera y otra tirando de mi camiseta a modo bozal, pero…

Estaba a punto de correrme, la cogí y la coloqué sobre una mesa en la que supuse que estudiaba. Le abrí las piernas y me coloqué entre ellas, ella se estiró todo lo que pudo sobre la mesa, quedando su espalda apoyada en la pared. Aproveché para hacerle un dedo, le masturbé a toda velocidad, ella gemía, se corría… Me agarré la polla y se la metí, ella se acercó a mí y me empezó a besar despacio, sólo dejando mis labios para gemir. Mi polla había cogido el ritmo de su lengua y entraba despacio, con delicadeza. Hasta que empecé a gruñir y… me corrí como un auténtico cerdo.

Le cogí y la tiré sobre la cama, yo me coloqué a un lado y me paré a disfrutar del polvazo que acabábamos de echar.
Ella como entendiendo lo que quería puso sus manos sobre mi pecho, medio abrazándome y colocando su cabeza sobre mí, con los ojos cerrados.

– Déjame un segundo que disfrute este momento, le dije.
– No te preocupes, yo también quiero disfrutar de esto, me dijo sin abrir los ojos.




 

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