Amores platónicos

Todos tenemos a esa persona que jamás nos podremos quitar de la cabeza, esa persona con la que si nos paramos a mirar con lógica, habría cambiado nuestra vida dando un giro de 180 grados y no digáis 360 grados, que eso es dar una vuelta completa y además de quedarnos en el mismo sitio es probable que te marees.

Todos pensamos en alguien de vez en cuando al irnos a acostar, en esos momentos en los que nuestro cerebro decide que es suficiente por hoy, en esos momentos en los que por alguna extraña fuerza extraterrestre nuestra mente decide que es hora de pensar en lo que pudo ser y no fue, para que si teníamos sueño éste decida irse y despejarnos por completo.
A lo largo de mi vida yo creo que tengo bastantes personas de este tipo, personas en las que de vez en cuando pienso, personas que quizá no se comportaron como yo esperaba, pero también personas con las que yo no me comporté como esperaba, y como tengo un ego increíble y estoy cansado de hablar de las mismas, hoy os hablaré de otra con la perfecta excusa de que de algún modo fue la primera, ya que por aquel entonces yo no era más que un idiota casi sin pelos en los huevos.

Recuerdo que no tenía ni 16 años, la edad no la recuerdo, pese a ser muy bueno con los números soy muy malo con las fechas. El caso es que estábamos en un minibús de excursión a vete tú a saber dónde, éramos mi grupo completo de amigos de aquella época y un grupo de chicas de nuestra clase y de el resto de clases, que por alguna razón habíamos llegado tarde por lo que nos metieron en ese pequeño minibús y no en el autobús de toda la vida, que ya había salido minutos antes.

La verdad es que podría engañaros con una historia sobre lo divertida que era mi vida en plena pubertad, pero no me acuerdo de más de lo que aquí nos concierne.
Había una chica, sí, en ese grupo de chicas había una chica. Increíble, ¿verdad? El caso es que era una chica que me gustaba, se llamaba Flor (es su nombre real) y yo ya había puesto el ojo en ella, aunque no como lo haría ahora en caso de que me gustara una chica. Había miradas por los pasillos, ya que no estábamos en la misma clase, era digamos ese amor platónico que todos hemos tenido, y que para colmo sabías que no todo era producto de tu mente, sino que sus miradas eran reales y vaya si lo fueron…

Yo estaba sentado en la parte de atrás, como el más malo del lugar, aunque en realidad jamás he considerado que estuviera en el grupo de los «malotes», quizá sí cuando cursé el bachillerato en Madrid, pero más por casualidad que por intención.
El caso es que ellas estaban varios asientos por delante, lógico por otra parte si éramos nosotros los que estábamos más atrás. El caso es que mis amigos no paraban de pegar voces, supongo que yo también lo haría, pero ellas miraban todo el rato hacia atrás, supongo que para comprobar que tras esas voces realmente había humanos y que todos éramos retrasados.
Pero ella también miraba, me miraba.

No sé qué pasó entre medias, lo que sí sé es que aún era el viaje de ida y que una amiga de Flor vino a nuestros asientos y apartó a mis amigos con la excusa de que me tenía que decir una cosa. Qué tiempos aquellos en los que mandabas al amigo de turno a decirle cosas a la chica que te gusta, ¿verdad?
Pues bien, me empezó a decir que le gustaba a su amiga y que si luego quería irme a dar un paseo con ella. Joder, lo pienso y madre mía, ahora directamente te invitan a follar, no a dar un paseo. En fin, sigamos.
Flor no era capaz de mirar hacia atrás para ver lo que estaba sucediendo, pude ver como tenía su mirada clavada al frente, deseando que este incómodo momento en el que su amiga le hacía de portavoz pasara pronto.

Yo le dije que NO.
¡¿Qué?! ¿Te gustaba la chica y le dijiste que NO? ¿Eres gilipollas?
Sí a todo.

Su amiga me insistió, diciéndome que era solo un paseo, pero yo no era capaz de expulsar una palabra por mi boca que no fuera un NO rotundo.
Su amiga se volvió a sentar con ella y le empezó a decir que yo era un gilipollas, pero pese a haber sido rechazada ella no soltó una mala palabra sobre mí.

Lo curioso es que yo la rechacé por vergüenza, esa vergüenza que ella se había saltado. Es curioso, porque jamás llegué a hablar con ella en un cara a cara, jamás me dirigí a ella en los pocos años que nos quedaron por coincidir, sí es verdad que intentaba interesarme en ella averiguando qué tal le iban las notas, pero poco más.

Muchas veces pienso en ella y en todo lo que ella representa, ya que quizá una pareja en ese momento de mi vida tan disperso, lo habría cambiado absolutamente todo, quizá hasta habría sido un tío de provecho en todos los sentidos, quizá mis pequeños triunfos hubiesen venido con 20 años y no con 27.
He intentado buscarla en el antiguo Tuenti, en Facebook, en Twitter y jamás he logrado dar con ella, creo que es de las situaciones de las que más me arrepiento a lo largo de mi vida, ya no solo por rechazar a una chica que me gustaba por vergüenza, sino por todos los cambios que habría dado a mi vida, porque de algún modo sé que todo hubiese ido a mejor.

Sí, ese soy yo, el gilipollas al que un día se le ofreció su amor platónico y lo rechazó, supongo que es una medallita más en los logros de Hero. Ella se llama Flor y yo fui un capullo, supongo que todo vive relacionado al final.

Por supuesto no es la única, pero quizá sí es la que creo que hubiese dado un cambio más importante a toda mi vida, supongo que soy muy de pensar en el pasado pese a que sea muy feliz en el presente y el futuro pinte genial.

¿Y tú en quién has pensado? ¿Quién es esa persona que no te deja dormir?

La verdad es que lo más importante que aprendí de todo esto es que si yo rechacé a alguien por un motivo tan estúpido como la vergüenza, también hay gente que te va a rechazar por motivos ajenos a que no le gustes, ahí es donde tú decides si insistir, siempre estando atento de saber dónde está la línea entre interesado o pesado acosador.

Flor, si has leído esto decirte que ahora tengo novia, pero que si te encuentro te invitaré a un café.
Se me olvidaba, sigo siendo igual de gilipollas, Flor, pero ahora sé disimular.

–Hero

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